11 de febrero de 2014

La Última Cena se cocinó deprisa


Le he leído en un cuento a la extraordinaria y divertida Alice Munro de su colección de relatos, “Las lunas de Júpiter” que en la Última Cena, Jesús y sus discípulos se zamparon una buena tanda de hamburguesas, pero yo he soñado que en realidad esa precisa noche el Maestro inventó la pizza y no pudo patentar el invento, porque a continuación, como sabemos, fue arrestado y  le tocó digerir tan rico ágape sufriendo todo aquel calvario indescriptible.

Se instituyó aquella noche el sacramento de la eucaristía y no fueron Darío I El Grande, Virgilio ni nadie en la ciudad de Nápoles allá por el siglo XVII los  precursor de tan exquisito yantar.

La noche del Jueves Santo, aunque bien puso ser un martes o miércoles, cualquiera sabe, Jesús le dijo a Tomás, aunque bien pudieron ser Juan, Jacobo, Andrés, Felipe, Zelote, Matías,…o vaya usted a saber:  “ Fulano o Zutano, ve a la casa de Talemai, el padre de Natanael de Caná, esto es, Bartolomé (aunque bien pudo ser otra casa cualquiera de tantas como había en Galilea y Nazareth, aunque bien pudo ser en cualquier otro lugar de Palestina o cualquiera sabe) y dile que prepare el cenáculo y el refectorio disponiendo trece sillas en una mesa rectangular con mantel blanco de lino y algodón, todas las sillas en un lado de la mesa, que tenemos que salir guapos y fotogénicos en los “Cenacoli” de la posteridad, en especial en el de un tal Leonardo da Vinci y no estropearle el trampantojo. Dile a Talemai que yo me sentaré en el centro. Dile que prepare el lavatorio. Quiero que Juan se siente junto a mí y que Judas se vea sin silla al llegar y tenga que preguntar por ella. Quiero que esconda su silla hasta que el Iscariote me la pida. Es una broma que le quiero gastar al de Judea ya que le falta sentido del humor. No es como nosotros los galileos que casi todo no los tomamos a guasa. Dile que consiga muchas tortas y panes de pita de cebada. Dile que quiero que no falten quesos de cabra y oveja, cebolla, langosta, granos de sésamo, miel, uvas, dátiles, lechuga y escarola y dile que aunque tengamos carne de cordero, que no falten perdices, codornices y pavo real. Quiero de postre melones, higos, granadas, bayas de sicómoro y uvas de nuevo en abundancia. El vino lo traigo como siempre yo, pero que tenga preparadas tinajas de agua para poder realizar la conversión. No quiero licores y refrescos porque me levantan jaqueca y bastantes migrañas me aguardan después. No dispondremos de mucho tiempo, así que he pensado que todas esas ricas viandas las esparciremos sobre las tortas y las comeremos raudo porque el tiempo apremia. Yo no quiero ir muy empachado, la verdad, aunque siendo la última cena entre mis queridos y amados discípulos, me encantaría poder comer y beber a discreción y sin fin. Me faltarán tomate y orégano, pero ya veré la manera de obrar el milagro en la precisa hora, antes de la traición de Judas, muy enfadado conmigo por haber escondido  su silla y la negación de Pedro que siempre dice no cuando debiera decir sí. ¡Anda, corre, no te demores más, que nos espera una noche de ápape raudo y fast food!


 

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