19 de marzo de 2025

Las ultimas horas de Hemingway...

Releyendo el magnífico libro de Enrique Vila-Matas, "Impón tu suerte", en el pasaje dedicado a "La vida según Hemingway", nos dice que en sus últimos días, el escritor estaba " en estado terminal", "estaba acabado", decrépito y muy seguramente con una sensación insoportable de plena vida apurada hasta la última gota y que ya no daba más de sí. De Hemingway me ha fascinado bastante más su azarosa, aventurera y heroica vida, casi más que su literatura. Siempre me ha impactado que se suicidara unos quince días antes de mi nacimiento y de joven más de una vez pensé cómo sería mi vida a la edad en la que Hemingway tomó esa drástica decisión, decisión que también tomaron su padre y otros miembros de la familia. Ya he cumplido esos años y en estos momentos tan críticos de nuestra historia contemporánea hago extensible mi preocupación por todas las personas que transitan mi franja de edad. Por supuestísimo que me angustia el fututo de mis hijos y todos nuestros jóvenes y el de todas las personas de cualquier edad, pero quienes tenemos los sesenta estamos pasando por una situación especialmente delicada: unos trabajan sin posibilidad de jubilación hasta los 67 y quienes ya estamos prejubilados sufrimos la angustia de tener que estar cada día pidiendo perdón por cobrar nuestra más que merecida pensión, después de tantos años de vida laboral, porque se da la circunstancia de que los de mi generación comenzamos nuestra vida laboral a edades muy tempranas. A todo ello se une la máxima preocupación por los tambores de guerra que resuenan por todas partes y el rearme europeo al vernos sin el amparo y protección de los EEUU de Trump. Soy y he sido siempre una persona de talante positivo, que no optimista. Siempre he querido ver el vaso o la botella medio llena. Si el destino me ha cerrado puertas, pronto he buscado ventanas abiertas y cada fracaso he intentado convertirlo en una oportunidad de cambio positivo. Pero últimamente, ya sea por las dificultades propias para dormir y esta locomotora de tormentas que estamos padeciendo con diluvios locales por doquier, una sombra de pesimismo me embarga. Si solo me sucediese a mí, no me inquietaría. Lo vería como un pequeño bache superable. El problema es que lo observo en la mayoría de la gente de mi edad con la que trato. Es como si sufriésemos una especie de Síndrome de Hemingway en sus ultimas horas. Pasamos por noches consecutivas de insomnio. Lo poquito que dormimos es para padecer insoportables pesadillas que nos narran hechos tan catastróficos como los telediarios. Por las mañanas, quienen tenemos por sana costumbre tomar el café leyendo la prensa del día, ya hemos dejado de buscar alguna noticia positiva, si es que la hay. Impactan ya bastante más los contenidos de las noticias que sus tendenciosos y escandalosos titulares. La crispación y la desesperanza parecen querer adueñarse de todo sesgo de opinión pública. Para nada pienso en el suicidio, pero hay días en que sí me digo, " meteorito aquí estoy o mátame camión". La verdad es que yo nunca he querido envejecer como Hemingway. De hecho siempre he pensado que la última etapa de la vida traería su propia fe, su propia ilusión, su propia esperanza y quiero seguir cultivando este pensamiento con el permiso de estos psicópatas de la motosierra que dominan el mundo y que cada día nos brindan un nuevo sobresalto, un nuevo susto, un nuevo espanto sin que haya corazón mayor que pueda resistirlo. Hoy he dormido algo mejor, pero ayer ya me sentía al límite. Afortunadamente vino Vila-Matas al rescate y en esta última etapa de mi vida quiero hacerle caso e imponer mi suerte, la de mis hijos y la de todas las personas íntegras, honestas y buenas que pululamos el mundo.

7 de marzo de 2025

Las cicatrices de Andy Warhol...

He terminado la lectura del magnífico libro de Olivia Laing, "La ciudad solitaria". A raiz de sus reflexiones sobre las cicatrices de Andy Warhol y cómo detestar los hospitales, no le impidió morir en uno, mientras dormía, operado de una rutinaria intervención en la vesícula, mientras que sobrevivió milagrosamente tiempo antes a un atentado que le dejó una cicatrices tremendas de por vida; me han llevado a mi propia reflexión de por qué durante años he detestado las cicatrices, los tatuajes, las sucursales bancarias y como Warhol también los hospitales. Todo me venía muy seguramente de un trauma infantil. Con cuatro añitos recién cumplidos me operaron de apendicitis. El día que me quitaron los puntos, el doctor para distraerme me hizo cantar. Yo me lancé a cantar "Juanita Banana" mientras me arranqué a llorar muchísimo y canto y lloro se fusionaron en un todo en uno. Al doctor le hizo tanta gracia que pegó una voz y llamó a enfermeras y otros colegas que me rodeaban mientras aplaudían mi lloro y mi canto. Meses y años después la cicatriz que me dejaron iba creciendo hasta alcanzar una longitud que quintuplica la mínima cicatriz actual de una operación de apendicitis. Cuando residíamos en San Juan de Puerto Rico, un día mis padres invitaron a casa a un matrimonio amigo y salió a relucir en la conversación el tema de las intervenciones quirúrgicas y las cicatrices. Tímidamente les hablé de mi cicatriz, que no solo no me gustaba sino que me acomplejaba mucho. Entonces el marido me dijo, "Ainss, mi hijita, nada comparado con este tatuaje que me dejé hacer y que detesto", mientras me mostraba un enorme tatuaje que lucía en un brazo. Muchas veces he intentado recordar de qué tatuaje se trataba, pero no lo logro ya que por aquel entonces yo era muy chica. Pero aquella conversación añadió a mi pavor por las cicatrices y los hospitales, el miedo a los tatuajes. Con los años no solo he perdido esa aversión sino que ahora sí me gustan ciertos tatuajes, que no todos y ciertas cicatrices. No desde luego las de apendicitis como la mía. Pero por ejemplo, mi cicatriz por la cesárea del nacimiento de uno de mis hijos, me encanta. Las cicatrices de Andy Warhol, ayer sentí curiosidad y busqué fotografías en la que Warhol las muestra como si de un trofeo se tratase. Las fotografías, en blanco y negro, rezuman un halo estético, artístico, de una profundidad abismal y sideral. Es como un grito, como el grito de Edvard Munch, pero no un grito andrógino sino un grito carnal, porque son sus cicatrices las que gritan ya que Warhol en una de las fotos no muestra su cara, se ha partido la foto a la altura de su cuello, en una decapitación que permite que las cicatrices cobren vida y sean autónomas y libres. En otra posa como un Cristo contemporáneo con las manos extendidas mostrando sus palmas. Sabemos que Warhol era católico practicante. Y en otra parece un torero que ha renuciado al traje de luces vistiendo de riguroso negro. En otra parece un cuadro de El Greco, posando cual caballero de figura alargada con la mano en el pecho. Sinceramente, me parece fatal que Warhol muriese en un hospital. Merecía una muerte en otro lugar menos aséptico y frío. En fin, que a estas alturas de mi vida no solo me gustan determinadas cicatrices y tatuajes, también estoy muy atenta a la definición y surcos estéticos que cincelan en la piel determinadas arrugas. Me fijo mucho en las actrices y los actores en series y películas que ya pintan canas. Y por descontado, llevo cumplida cuenta de las mias, como van asomando más como un laberinto que como un mapa. Ahora solo me falta aceptar las canas, las sucursales bancarias y los hospitales. Tal vez envejecer no es renuncia sino aceptación ni resignada ni sumisa. Aceptación muy digna.

Las ultimas horas de Hemingway...

Releyendo el magnífico libro de Enrique Vila-Matas, "Impón tu suerte", en el pasaje dedicado a "La vida según Hemingway"...