Le he
leído en un cuento a la extraordinaria y divertida Alice Munro de su colección
de relatos, “Las lunas de Júpiter” que en la Última Cena, Jesús y sus
discípulos se zamparon una buena tanda de hamburguesas, pero yo he soñado que
en realidad esa precisa noche el Maestro inventó la pizza y no pudo patentar el
invento, porque a continuación, como sabemos, fue arrestado y le tocó digerir tan rico ágape sufriendo todo
aquel calvario indescriptible.
Se
instituyó aquella noche el sacramento de la eucaristía y no fueron Darío I El
Grande, Virgilio ni nadie en la ciudad de Nápoles allá por el siglo XVII los precursor de tan exquisito yantar.
La
noche del Jueves Santo, aunque bien puso ser un martes o miércoles, cualquiera
sabe, Jesús le dijo a Tomás, aunque bien pudieron ser Juan, Jacobo, Andrés,
Felipe, Zelote, Matías,…o vaya usted a saber:
“ Fulano o Zutano, ve a la casa de Talemai, el padre de Natanael de
Caná, esto es, Bartolomé (aunque bien pudo ser otra casa cualquiera de tantas
como había en Galilea y Nazareth, aunque bien pudo ser en cualquier otro lugar
de Palestina o cualquiera sabe) y dile que prepare el cenáculo y el refectorio
disponiendo trece sillas en una mesa rectangular con mantel blanco de lino y
algodón, todas las sillas en un lado de la mesa, que tenemos que salir guapos y
fotogénicos en los “Cenacoli” de la posteridad, en especial en el de un tal
Leonardo da Vinci y no estropearle el trampantojo. Dile a Talemai que yo me
sentaré en el centro. Dile que prepare el lavatorio. Quiero que Juan se siente
junto a mí y que Judas se vea sin silla al llegar y tenga que preguntar por
ella. Quiero que esconda su silla hasta que el Iscariote me la pida. Es una
broma que le quiero gastar al de Judea ya que le falta sentido del humor. No es
como nosotros los galileos que casi todo no los tomamos a guasa. Dile que
consiga muchas tortas y panes de pita de cebada. Dile que quiero que no falten
quesos de cabra y oveja, cebolla, langosta, granos de sésamo, miel, uvas, dátiles,
lechuga y escarola y dile que aunque tengamos carne de cordero, que no falten
perdices, codornices y pavo real. Quiero de postre melones, higos, granadas,
bayas de sicómoro y uvas de nuevo en abundancia. El vino lo traigo como siempre
yo, pero que tenga preparadas tinajas de agua para poder realizar la
conversión. No quiero licores y refrescos porque me levantan jaqueca y
bastantes migrañas me aguardan después. No dispondremos de mucho tiempo, así
que he pensado que todas esas ricas viandas las esparciremos sobre las tortas y
las comeremos raudo porque el tiempo apremia. Yo no quiero ir muy empachado, la
verdad, aunque siendo la última cena entre mis queridos y amados discípulos, me
encantaría poder comer y beber a discreción y sin fin. Me faltarán tomate y
orégano, pero ya veré la manera de obrar el milagro en la precisa hora, antes
de la traición de Judas, muy enfadado conmigo por haber escondido su silla y la negación de Pedro que siempre
dice no cuando debiera decir sí. ¡Anda, corre, no te demores más, que nos
espera una noche de ápape raudo y fast food!