
Llega el verano y con él la eterna obsesión por la "operación biquini".
El otro día pude visionar "Las mujeres de verdad tienen curvas" (2002) de la directora Patricia Cardoso. La jovencísima actriz América Ferrera ostenta tantas curvas como carisma y simpatía. En el papel de madre dominante y manipuladora, lo borda la actriz Lupe Ontiveros.
En esta sociedad que menosprecia los cuerpos opulentos, la grasa y la "chicha", se intentan mil y un esfuerzos por concienciar a las personas de que todo el mundo tiene derecho a vivir su cuerpo como mejor le plazca, pero la contradicción como siempre está servida: gobiernos y ministerios de salud pública nos alientan a comer con moderación espartana, moderar la ingesta de grasas y estar bien atentos a la alimentación de nuestros niños y nuestras niñas no vaya a ser que fabriquemos adultos obesos del mañana.
Lo cierto es que la gran mayoría nos sentimos tiranizados por la talla óptima, la alimentación sana y el culto al cuerpo. Llega el verano y la eterna cantinela se impone: perder esos kilos de más.
Una amiga mía me contaba que se ha enamorado de un hombre que dice preferir a las mujeres gordas. Ella se ha puesto a comer para lucir rolliza y agradar al hombre del que se ha enamorado. Le respondí "¡Estupendo! ¡Qué alegría me da saber que hay hombres así!"
Cuando me relaciono con la gente nunca miro si están gordos o no. Es evidente, que si alguien se cuida, dieta, gimnasio, salud, aspecto físico, le felicito y le admiro. Pero desde que entendí que se nos tiranizaba con estas cosas, quiero y respeto independientemente del aspecto físico. Lógicamente las personas que atentan constantemente contra su salud con dietas y costumbres insanas con un desprecio hacia su vida, no me son nada gratas, pero en la medida de lo posible, me gusta apreciar la diversidad y la diferencia de cuerpos y siluetas en la gente. Esto lo observo mucho cuando acompaño a mi hijo pequeño al parque: altos, bajos, gordos, flacos, feos, guapos. ¡Qué más da! ¡Viva la diferencia!