30 de noviembre de 2011
Hasta siempre, Montserrat Figueras
"Montserrat Figueras García (Barcelona, 15 de marzo de 1942 - Bellaterra, Barcelona, 23 de noviembre de 2011), cantante de tesitura de soprano, especializada en música medieval, renacentista y barroca.
Nacida el 15 de marzo de 1942 en Barcelona en el seno de una familia de melómanos; su padre, además, tocaba el violonchelo.
Siendo aún muy joven, Montserrat comenzó a estudiar canto y teatro, siendo alumna de Jordi Albareda. Colaboró desde muy joven con Enric Gispert y se unió después al grupo de música antigua Ars Musicae de Barcelona, donde cantaría las obras de los grandes polifonistas españoles del siglo XVI. En esa misma agrupación, conocería a Jordi Savall, con quien se casaría en 1968 y con quien tendría dos hijos: Arianna y Ferran Savall, que son también músicos cantantes e instrumentistas. Arianna Savall es sobre todo arpista.
Comenzó a estudiar técnicas vocales de canto antiguas en 1966, desde los trovadores hasta el barroco, desarrollando una manera de cantar estas músicas que aúna la vitalidad con la fidelidad histórica en la interpretación.
En 1968, la pareja formada por Montserrat Figueras y Jordi Savall se instala en Basilea (Suiza) para estudiar en la Schola Cantorum Basiliensis y en la Musikakademie Basel con Kurt Widmer, Andrea von Rahm y Thomas Binkeley; permanecerá en ese país hasta 1986. Más tarde continuará sus estudios con Eva Krasznai; mientras, Montserrat desarrolla un gusto especial por la música antigua, destacando como una de las máximas exponentes e una generación de músicos para los que era evidente que la música anterior a 1800 necesitaba un nuevo enfoque técnico y estilístico.
En 1974, la pareja funda, en compañía de Lorenzo Alpert (instrumentos de viento y percusión) y Hopkinson Smith (instrumentos de cuerda pulsada), el grupo Hespèrion XX, que se consagrará a la interpretación y a la revalorización del repertorio musical hispánico y europeo anterior al 1800.
En 1987, Figueras contribuye con su marido a la fundación del coro La Capella Reial de Catalunya. La pareja ha fundado también la orquesta Le Concert des Nations y el sello discográfico Alia Vox. Al comenzar el nuevo siglo, la agrupación Hespèrion XX tomará el nombre de Hespèrion XXI.
Dentro las agrupaciones anteriores o como solista, ha destacado por sus interpretaciones del 'Canto de la Sibila', 'Ninna Nanna', el 'Misterio de Elche' o el 'Llibre Vermell de Montserrat'. También colaboró, junto a Jordi Savall, en la banda sonora de la película Todas las mañanas del mundo.
Durante su carrera artística grabó más de 60 CD y recibió premios como el Grand Prix de l'Academie du Disque Français, Edison Klasik, el Grand Prix de l'Académie Charles Cross y un Grammy por el libro-CD Dinastía Borgia. También recibió en 2003 el título de Officier de l'Ordre des Arts et des Lettres por parte del Gobierno francés, y en 2011 es galardonada con la Cruz de Sant Jordi de la Generalidad de Cataluña.
Falleció el 23 de noviembre de 2011 en su domicilio de Bellaterra, en Cerdanyola del Vallés (Barcelona) debido a un cáncer."
22 de noviembre de 2011
17 de noviembre de 2011
Siempre hay un bando, siempre hay un bando...el de los vencidos y el de los vencedores
En campaña electoral y siguiendo la inspiración musical de esta irónica canción, me parece que NO VOY A VOTAR A NADIE PARIENTE DEL TÍO NADA.....seguiré reflexionando sobre mi opción de voto...grrrrrrrrrr
8 de noviembre de 2011
4 de noviembre de 2011
29 de octubre de 2011
Llanfairpwllgwyngyllgogerychwyrndrobwllllantysiliogogogoch....Amadeo, en el hueco del avellano blanco, cerca de la gruta roja......Dedicado a todas las personas con Síndrome de Guilles de la Tourette
En su gira por las cortes de Europa, Leopold ha recibido una invitación de un aristócrata, primo lejano del arzobispo de Salzburgo, para pasar unos días de descanso en su residencia de verano en la aldea más pequeña del mundo que ostenta el nombre más largo, Llanfairpwllgwyngyllgogerychwyrndrobwllllantysiliogogogoch , que en galés significa «la iglesia de Santa María en el hueco del avellano blanco, cerca de un torbellino rápido; y la iglesia de San Tisilo, cerca de la gruta roja».
El pequeño Amadeo acompaña a su padre. Grita por la ventana de la calesa el nombre completo casi impronunciable con una facilidad de ensalmo mientras carcajea. Su padre intenta emularlo pero sólo consigue pronunciar “ Hlan-vair-puhl-güin-guihl-go-gue-ra-“. Ambos ríen, aunque pronto Leopold recupera el semblante adusto y serio que le caracteriza:
- ¡Compórtate, Amadeo! Quiero que en casa de Sir Anglesey te comportes, que guardes la compostura y el decoro, que te concentres en dominar tus tics. Prométemelo, Amadeo. No podemos defraudar su confianza y su alta estima para con nosotros.
- Sí, padre..lo prometo.
- Y no se te ocurra hacer rimar Anglesey con palabras obscenas y soeces.
- Está bien , padre. No lo haré…lo intentaré pero no sé si seré capaz…Anglesey, bloddy hell… -
El niño no para de reír, bromear y su padre esboza una sonrisa dibujada como una mueca forzada en su rostro fatigado. Ha sido un año agotador, de giras, viajes, de vida nómada. Leopold parece fatigado, no así su hijo, el pequeño Amadeo que con cada aventura, con cada experiencia cobra nuevos bríos, energía inagotable. Sus diez años semejan un rebosante cofre de tesoros, algunos evidentes, desbordantes, superando los límites de la continencia; otros escondidos como una perla del mejor oriente, oculta en el interior de una concha en las profundidades de un recóndito mar. Amadeo es un niño genial, alegre, dicharachero…siembra júbilo por doquier. Se lo rifan las mejores casas aristocráticas, toda la realeza europea. Es un niño prodigio de energía igualmente prodigiosa y exuberante. Su padre a veces piensa en él y lo describe como un pequeño ser instalado en una primavera y un verano eternos, como un cascabel de alegría que no cesa. Recuerda una vez en que le dijo a su esposa, "Sólo nos han sobrevivido dos de nuestros siete amados hijos, Nannerl y Wolfgang Amadeus, pero en especial nuestro benjamín se me antoja la mayor parte del tiempo como si en él habitaran sus cinco hermanos, nuestros añorados hijos que Dios se llevó consigo porque así fue su voluntad divina":
- ¡Padre, padre, hemos llegado, hemos llegado! ¡Mira, padre, nos esperan! En la inmensa explanada del jardín de la gran mansión, aguardan el Sr. Anglesey, su esposa Magda y su hija Teresa, una preciosa niña con interminables trenzas pelirrojas recogidas en una coleta que cae como chorro de agua limpia y clara sobre su vestido de flores almidonado y planchado para la ocasión. Teresa tiene diez años como Amadeo y su padre, el Sr. Anglesey ha querido que ambos niños se conozcan porque albergan muchas cosas en común: un innegable talento musical y artístico y un temperamento cargado de tics y conductas de lo más extrañas para el común de los mortales. Las presentaciones les resultan a Amadeo y Teresa aburridas y tan tediosas que ambos no dudan en repetir cada palabra hipócrita, cada frase de estudiada cortesía, cada ampuloso gesto de conveniencia. La servidumbre arremolinada en torno a los padres de las criaturas no pueden contener la risa. El Sr. Anglesey se enoja y Leopold se excusa como queriendo cargar sobre sus ya de por sí fatigados hombros el peso de un recibimiento tan poco delicado y ajustado a las más elementales normas de cortesía de la aristocracia europea: - Ya le advertí, mi queridísimo Anglesey, que tal vez no fuese una buena idea que su adorable hija y mi hijo, siempre instigador de las más extravagantes improvisaciones, se conocieran. - No tema, mi buen amigo Leopold, estoy convencido de que algo grandioso ha de procurar tan inusitado encuentro. Si unimos el talento de su hijo al de mi hija, tal vez la Música alcance cotas de genialidad nunca logradas hasta el presente. - Dios nos asista y ampare. No sé Usted, mi bienaventurado anfitrión, pero yo hay veces que quisiera dimitir de padre. - Yo también. De hecho lo intenté una vez marchándome de esta casa con todo mi equipaje a París durante tres meses, pero aquello se me antojo una deserción absurda e insoportable. No podía soportar la ausencia de mi querida esposa y sentía la presencia de mi hija Teresa hasta en sueños. Algo muy difícil de explicar. Cuando regresé les pedí a las dos que perdonasen mi cobardía y les prometí que nunca más me separaría de ellas. Teresa me colmó de besos y abrazos durante semanas. Creo que su hijo y mi hija están tocados por lo divino. Demos gracias a Dios. - Amén. Así sea.
El pequeño Amadeo acompaña a su padre. Grita por la ventana de la calesa el nombre completo casi impronunciable con una facilidad de ensalmo mientras carcajea. Su padre intenta emularlo pero sólo consigue pronunciar “ Hlan-vair-puhl-güin-guihl-go-gue-ra-“. Ambos ríen, aunque pronto Leopold recupera el semblante adusto y serio que le caracteriza:
- ¡Compórtate, Amadeo! Quiero que en casa de Sir Anglesey te comportes, que guardes la compostura y el decoro, que te concentres en dominar tus tics. Prométemelo, Amadeo. No podemos defraudar su confianza y su alta estima para con nosotros.
- Sí, padre..lo prometo.
- Y no se te ocurra hacer rimar Anglesey con palabras obscenas y soeces.
- Está bien , padre. No lo haré…lo intentaré pero no sé si seré capaz…Anglesey, bloddy hell… -
El niño no para de reír, bromear y su padre esboza una sonrisa dibujada como una mueca forzada en su rostro fatigado. Ha sido un año agotador, de giras, viajes, de vida nómada. Leopold parece fatigado, no así su hijo, el pequeño Amadeo que con cada aventura, con cada experiencia cobra nuevos bríos, energía inagotable. Sus diez años semejan un rebosante cofre de tesoros, algunos evidentes, desbordantes, superando los límites de la continencia; otros escondidos como una perla del mejor oriente, oculta en el interior de una concha en las profundidades de un recóndito mar. Amadeo es un niño genial, alegre, dicharachero…siembra júbilo por doquier. Se lo rifan las mejores casas aristocráticas, toda la realeza europea. Es un niño prodigio de energía igualmente prodigiosa y exuberante. Su padre a veces piensa en él y lo describe como un pequeño ser instalado en una primavera y un verano eternos, como un cascabel de alegría que no cesa. Recuerda una vez en que le dijo a su esposa, "Sólo nos han sobrevivido dos de nuestros siete amados hijos, Nannerl y Wolfgang Amadeus, pero en especial nuestro benjamín se me antoja la mayor parte del tiempo como si en él habitaran sus cinco hermanos, nuestros añorados hijos que Dios se llevó consigo porque así fue su voluntad divina":
- ¡Padre, padre, hemos llegado, hemos llegado! ¡Mira, padre, nos esperan! En la inmensa explanada del jardín de la gran mansión, aguardan el Sr. Anglesey, su esposa Magda y su hija Teresa, una preciosa niña con interminables trenzas pelirrojas recogidas en una coleta que cae como chorro de agua limpia y clara sobre su vestido de flores almidonado y planchado para la ocasión. Teresa tiene diez años como Amadeo y su padre, el Sr. Anglesey ha querido que ambos niños se conozcan porque albergan muchas cosas en común: un innegable talento musical y artístico y un temperamento cargado de tics y conductas de lo más extrañas para el común de los mortales. Las presentaciones les resultan a Amadeo y Teresa aburridas y tan tediosas que ambos no dudan en repetir cada palabra hipócrita, cada frase de estudiada cortesía, cada ampuloso gesto de conveniencia. La servidumbre arremolinada en torno a los padres de las criaturas no pueden contener la risa. El Sr. Anglesey se enoja y Leopold se excusa como queriendo cargar sobre sus ya de por sí fatigados hombros el peso de un recibimiento tan poco delicado y ajustado a las más elementales normas de cortesía de la aristocracia europea: - Ya le advertí, mi queridísimo Anglesey, que tal vez no fuese una buena idea que su adorable hija y mi hijo, siempre instigador de las más extravagantes improvisaciones, se conocieran. - No tema, mi buen amigo Leopold, estoy convencido de que algo grandioso ha de procurar tan inusitado encuentro. Si unimos el talento de su hijo al de mi hija, tal vez la Música alcance cotas de genialidad nunca logradas hasta el presente. - Dios nos asista y ampare. No sé Usted, mi bienaventurado anfitrión, pero yo hay veces que quisiera dimitir de padre. - Yo también. De hecho lo intenté una vez marchándome de esta casa con todo mi equipaje a París durante tres meses, pero aquello se me antojo una deserción absurda e insoportable. No podía soportar la ausencia de mi querida esposa y sentía la presencia de mi hija Teresa hasta en sueños. Algo muy difícil de explicar. Cuando regresé les pedí a las dos que perdonasen mi cobardía y les prometí que nunca más me separaría de ellas. Teresa me colmó de besos y abrazos durante semanas. Creo que su hijo y mi hija están tocados por lo divino. Demos gracias a Dios. - Amén. Así sea.
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