4 de julio de 2007

"El parque de Jan"

Las espinas de las acacias blancas del parque parecen derramar lágrimas que se deslizan lánguidas por sus robustos troncos como queriendo mitigar su severa calidad. Jan se acerca para probar su acaso sabor salado." ¡Cualquiera sabe si son verdaderas lágrimas similares a las humanas, simples gotas de rocío u orines de los perros y mendigos, que pernoctan atrincherados junto al cercado de setos y arbustos, que abrazan estas magníficas acacias!"
Jan se siente orgulloso enfundado en el traje de faena amarillo fosforescente, que intensifica su propia luminiscencia, ésa que ostentan los espíritus esperanzados y agradecidos. Ha barrido a conciencia cada rincón y ha regado con la manguera las baldosas blancas y las losetas rosas del pavimento, que al inicio de la noche presentaba el aspecto de un inmenso candelabro impregnado de cera, sebo o estearina centenarias, "¡Cualquiera sabe que sustancias se derriten durante la noche para aparecer solidificadas hacia el amanecer sobre los empedrados y adoquines urbanos! Hay que darse prisa en esta carrera loca de los fluidos haciéndose sólidos, como si rechazaran su libre condición, como si se cansaran de circular libres, como si anhelaran solidificarse para detenerse, para descansar, para morir quizás!" Jan siente una especie de angustia y un frenesí que le empuja a esmerarse como nadie en su labor. "¡Este chaval checo curra como nadie!" -exclaman algunos compañeros con admiración, otros con envidia. Jan no escucha alabanzas ni críticas. Él va a lo suyo. Tiene claro que una voz interior le guía y ampara. Es a veces la voz lejana de su padre, que murió unos meses antes de su partida. "Jan, somos cristianos. Somos católicos. Recuérdalo siempre, Jan".
A las seis de la mañana Jan se sienta a leer bajo el único cedro del Líbano que ostenta el parque. Predominan las acacias blancas. El cedro parece un león dormido entre leonas despiertas, por eso Jan prefiere cobijarse bajo su frondosa copa de ramas horizontales. Sus hojas punzantes señalan las líneas de los versos que se desperezan entre las rugosas y grandes manos de Jan. Recita en voz alta "Los versos del Capitán" de Pablo Neruda y sus compañeros prorrumpen en sonoras carcajadas. Les hace mucha gracia el extraño acento español del muchacho. Algunos le apodan "El Polaco" porque es tomarse mucha molestia distinguir a un checo de un moldavo. Pero cuando con voz potente y sonora exclama "Puedo escribir los versos más tristes esta noche...", todos enmudecen, crean un círculo de respeto y silencio a su alrededor y le escuchan. Algunos mendigos se acerca también para recibir este primer alimento del día. Conocen a Jan. Lo aprecian y estiman mucho porque este joven risueño y vital durante un tiempo fue uno de ellos. Durante unos meses convivió con ellos, se comportó como uno de ellos, cuando Jan no tenía donde caerse muerto, cuando Jan llegó a este país sin un chavo y con lo puesto.