“Es un invierno duro. Carezco de estufa. Mi habitación es
mezquina, pobre, fría. En el rincón un cofre de madera que alberga toda mi
fortuna: dos camisas, un traje, mis libros y manuscritos. He engullido tal
cantidad de potingues para combatir mis dolores de cabeza que he amanecido un
poco más viejo y bastante más clarividente. Será efecto del cloral y veronal
que engullí anoche para paliar mi terrible insomnio. Drogas y venenos son mis
amistades más sinceras en este aposento de hotel de Los Alpes. Si me arrojase al
Liguria, nadie me extrañaría. Tal vez mi capa y mi bufanda tan grandes e
inseparables como si fuesen mi segunda piel. Tal vez el humo frío de esta
chimenea que se niega a darme una brizna de calor. Luego están mis lentes
gruesas, que son esas muletas redondas para mis ojos que ven más allá del bien
y del mal. Odio la nieve, la lluvia que me retienen prisionero y enclaustrado
en esta maldita habitación de una infame pensión. Mis largas caminatas deberán
aguardar. Mi soledad se impacienta. La vela de la lámpara es más pertinaz que
mi solitaria estampa. Tiene tan pocos amigos como yo, que no tengo ninguno. Los
pastelitos y el té pronto se enfrían y siento mi paladar gélido como una cueva
de estalactitas y extrañamente dulce. Tomo cloral de nuevo y adelanto la noche
oscura de mi alma con la esperanza de dormir cinco minutos más esta noche. No
podré ir a Túnez con Gersdorlf. La guerra me es tan ingrata como la mediocridad
reinante. Iré con Peter Gasf a la estación termal de Recoaro, cerquita de
Vicenza. Me hará bien. ¡Oh, bendita primavera de 1881 que me haces resucitar
cual Ave Fénix. Es la Música
el bálsamo que obra este milagro y siento a Zaratustra como un diminuto hijo
dentro de mi a punto de nacer. Pero he de aguardar el verano porque los Hijos
del Hombre siempre nacen en la estación más cálida y luminosa. El Lago de
Silvaplana y aquella pirámide de roca y granito no lejos de Burlei, me hacen
detenerme en seco para escuchar la voz de mi guía interior que ha salido de mi
espíritu para musitarme el arrullo de un nuevo canto, de una nueva oda: Aprende de tus errores fundamentales. Asimila
tus pasiones. Que el saber impregne cada átomo y célula de tu ser. Soy
inocente. Soy un experimento. Todo regresa en un eterno retorno infinito,
cadencioso. La felicidad como maestra tanto como mi soledad. Aquí a 6000 pies sobre el nivel
del mar me siento como un ser que ha crecido y se ha superado a sí mismo. Soy
un “elefante hembra” y preciso dieciocho meses para parir. No me bastan los nueve
meses humanos. En Sils María mi trompa de elefante se agita como un clamor y
gemir de mil parturientas. Pero aún no estoy preparado para el alumbramiento.
Antes Génova, Mesina, Roma y Lou Andreas von Salomé que dos veces me negó y
rechazó como Pedro negó a Jesús en tres ocasiones. En Tautenburgo ella se
apiadó de mí e intentamos un simulacro de convivencia, pero ella no me amaba y
yo la amaba demasiado. Así que quiso el destino que Zaratustra naciese en
invierno, un veintitrés de noviembre entre Chiavari y el promontorio de
Portofino en Rapalle. Fue un hijo parido de noche. Surgió del agitado oleaje
como una fuerza arrolladora de la naturaleza, como un Neptuno tridente. Los
pinos, el mar al fondo, el largo sendero que rodea la bahía de Santa Margherita
hacia el Sur, que una vez hollaron los imperiales pies de Federico III, fueron
la matrona que asistió al gran parto. Así fue. Así nació Zaratustra. En los
primeros diez días de 1883, todo fluyó con una velocidad de vértigo, con sabor
a mar, mediodía, atemporal, sin relojes, sin día ni noche. Richard Wagner moría
en Venecia cuando yo concluía la parte final. He escrito esta obra en estado de
éxtasis y en éxtasi la entrego a mis lectores presentes y futuros. Y anhelo el
éxtasis en ellos al leerla y en sus vidas después. Hagan un buen uso de su
lectura. Nunca debí confiarla a mi pérfida hermana Elizabeth que me convirtió
en mis últimos años de locura en un animal de feria y entregó mi insigne obra y
mis lúcidos manuscritos a un psicópata genocida y a sus secuaces. De poder
evitarlo habría hecho algo, pero no pude por estar perdido en un bosque
tenebroso de enajenación mental y delirio extremo. Yo ya no era un hombre al
final de mis días. Yo ya no era Zaratustra. Yo ya no era el superhombre que
siempre me esforcé por llegar a ser, el que se supera a sí mismo, el que anima
a que los demás también lo intenten. Yo era un ser indefenso en manos de una
perversa mujer. Espero que la
Historia lo entienda y me exonere de toda culpa y
responsabilidad.”https://www.netflix.com/es/title/80186252
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