13 de febrero de 2020
Mucho ánimo, Maestro Joaquín Sabina...
Ayer recibimos la noticia de que Joaquín Sabina se había caído del escenario unos dos metros de altura y había sufrido una luxación en un hombro, el día de su cumpleaños, cuando cumplía 71 en los escenarios. Hoy nos cuenta la prensa que ha tenido que ser intervenido de un pequeño derrame cerebral. Seguro que Sabina superará este nuevo contratiempo en su vida, él que ha podido arrebatar abriles a esa Señora tan antipática llamada Hacienda que hace la vida imposible a todos nuestros artistas. Hoy también en prensa se han desempolvado todos los sinsabores que se le atribuyen a Sabina, aunque él lo niegue todo. Cuando te cuentan tu vida, lo mejor siempre es negarlo todo. Así brotan leyendas urbanas como setas por doquier y se erigen mitos y mitomanías. He leído y ya lo había leído en alguna otra ocasión que Sabina sufrió una depresión que le tuvo encerrado en su habitación sin salir por largo tiempo. Hoy he reparado al releer este episodio de su vida que aprovechó esta depresión para leer mucho metido en la cama. Diantres, he exclamado, entonces Joaquín Sabina no tuvo depresión sino que pretextó tal cosa para aislarse del mundanal ruido y ponerse a leer como un poseso metido en su cama y encerrado en su habitación, como un personaje de las novelas de Vila Matas, buscando anonimato, silencio, clausura y que le dejasen en paz. Algo así me está sucediendo estos días. Resulta que en mi casa tengo una estantería de libros que bauticé en su día como "los libros que leeré cuando me jubile". Sucede que cuanto más cercana veo mi jubilación, más lejana e inaccesible me parecen pensión y jubilación, porque pareciera que nos quisiesen hacer trabajar hasta la tumba y si de paso nos caemos del escenario laboral, como Sabina a sus 71 recién estrenados, y nos partimos la crisma o el espinazo, o mejor no vivimos para contarlo, mejor que mejor para el despiadado sistema de pensiones, ese ente que crece y crece con la esperanza de vida y las jubilaciones de los hijos e hijas del Baby Boom. Así que en estos días de asueto en los que me sentía cansadísima tal vez por esta astenia preprimaveral de eterno cambio climático, he decidido ir a la susodicha estantería de la posteridad y desempolvar algunos libros. Y como Sabina metida en mi habitación sin salir me he leído con fruición a estos tres grandes de la Literatura, a saber, Albert Camus, Benito Pérez Galdós y Antonio Muñoz Molina, y sin salir de mi madriguera puedo decir que he estado en Argelia y París, en Mágina y Cuba, en el motín de Aranjuez y el Palacio del Príncipe de la Paz, Godoy. Y casi he visto en persona a Napoleón y Murat, a Carlos IV y Fernando el peor Rey que ha parido España. Y me he sentido a la vez feroz manola y valeroso menestral. Y que no me hablen de coronavirus porque como La Peste de Camus no ha habido pandemia más literaria en el mundo.Y regreso a Mágina y me quedo embelesada con esa manera increíble de narrar que gasta Muñoz Molina. Jubilarme no sé si me jubilaré nunca. Puede que me caiga del escenario laboral y me parta la crisma subiendo las escaleras del metro con un bastón yendo a trabajar. Pero este encierro literario, que no depresión, pero sí hartazgo del mundanal ruido no me lo quita nadie. Querido y admirado Joaquín Sabina, tío, tú tienes más vidas que todos los gatos juntos de Madrid. Mucho ánimo y a recuperarse.
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