1 de octubre de 2021

De niña cuando me preguntaban qué quería ser de mayor, siempre respondía "escritora y cantante", empleando la conjunción copulativa "y" porque en mi mentalidad infantil me era insoslayable e imposible separar la escritura, la lectura y la música que tanto me han apasionado siempre. Escribir y mi pasión lectora me han acompañado siempre desde que tengo uso de razón, aunque no me haya dedicado profesionalmente. Y cantar es otra pasión callada reservada para los momentos de la ducha y cuando realizo las labores domésticas. De niña casi adolescente me sucedieron dos anécdotas muy significativas. En el colegio de monjas Divinas Pastoras mi tutora, sor María Soledad, valoró mis capacidades narrativas y cantoras y convenció a toda la clase para que representase al colegio en un consurso literario patrocinado por Coca Cola. El concurso se celebró en Manresa y una vez allí sentada en un pupitre ante un folio en blanco, rodeada de centenares de niños y niñas de diferentes colegios, todos ellos con dotes narrativas portentosas, me quedé en blanco, incapaz de escribir una sola línea. Un señor repartía refrescos de Coca Cola y la impotencia que sentía me hizo pedirle un botellín cada vez que pasaba. Puede decirse que fue la única vez en mi vida que tomé tantísima Coca Cola. Presenté el folio en blanco con manchones de refresco. Ni siquiera fui capaz de morir de vergüenza ya que eran tales los retortijones, mareo y vértigo que empecé a sentir que aquel cólico por abusar de una bebida carbonatada que detestaba se adueñó de toda la situación. Me llenaron de bolsas de plástico para el horroroso viaje de regreso que me esperaba. Fui la comidilla del colegio unos días por dejar en tan mal lugar a la institución. Mi tutora tenía un tesón y una confianza en mí a prueba de fuego, porque decidió que esa Navidad de octavo de EGB cantase como solista en el coro escolar el pasaje más difícil de "El cant dels ocells" de Pau Casals, quién curiosamente había sido vecino nuestro en Río Piedra en Puerto Rico unos dos años antes y ensayaba su pieza una y otra vez hasta lograr una perfección casi sacramental. Llegado el dichoso día de los actos navideños escolares con asistencia de padres y madres y abuelos y abuelas y la parentela más diversa, cuando me tocó cantar me quedé sin voz. Sor María Soledad con un pellizco tuvo que hacer cantar a la suplente y segunda de abordo prevista ante cualquier eventualidad. Me sentía tan enferma por causa de la fiebre y tremendas anginas que si de nuevo fui el hazmerreír de todo el colegio, la verdad no lo recuerdo. Solo recuerdo que estaba en cama y tenía colgado de la pared un póster enorme del actor Charles Bronson, de quién estaba platónica y cándidamente enamorada y me veía por aquel entonces todas sus películas. Vino el médico de cabecera a casa y tras explorar mi garganta exclamó "Quita a ese hombre tan feo de la pared de tu habitación" y yo le respondí "Si ya no voy a cantar ni a escribir, por lo menos déjeme el cine como una ventana abierta de ensoñación" "Su hija delira por la fiebre" le espetó el doctor Armengol a mi madre. "Suele delirar siempre. Es muy fantasiosa la niña" respondió mi madre, "Pues anda que no hay actores guapos como Paul Newman o Robert Redfort, pero no, ella tiene que tener a ese hombre tan feo colgado de la pared". "Pfffff, adultos plastas y pesados" pensé yo. La escritura, la música, el cine, La Cultura...son nuestras tablas de salvación cuando todo sale mal y eres una niña de trece años con fiebre y anginas postrada en la cama y ya has fracasado como escritora y como cantante. En mi mesilla de noche el doctor Armengol no se fijó: tenía apilados unos cuantos libros infantiles y juveniles.
https://www.madrid.org/lanochedeloslibros/2021/index.html

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