11 de diciembre de 2024

Hasta que llegue la primavera, no mires arriba...

Que el problema del mundo somos los humanos y merecemos el meteorito queda acreditado cada segundo. Por esa misma regla de tres podemos deducir que el problema de España somos los propios españoles y hacernos los ofendiditos, si alguien foráneo nos lo dice, no disminuirá ni un ápice las consecuencias de todo ello. La carestía insoportable de la vivienda en nuestro país, muy especialmente el precio de los alquileres, expulsa a la gente de las grandes ciudades y hasta de las pequeñas. Resido en un barrio madrileño tradicionalmente obrero y en cosa de cinco años he ido observando cómo se vacía de gente por causa de la gentrificación. Casi no ves a niños y niñas, adolescentes y jóvenes. Cada mañana un río de personas mayores pasean a paso lento buscando el sol. Por las tardes el frío hace que se queden en casa y cada día aumenta la sensación de calles desiertas y barrio muerto. A la carestía de los alquileres de viviendas se suma la del precio de los locales que obliga a muchos comerciantes a echar el cierre. Les es imposible soportar alquileres mensuales de 4000 euros o más. Solo sobreviven supermercados, sucursales bancarias y farmacias. Las grandes cadenas se apoderan de los barrios vendiendo chorradas que no nos hacen ninguna falta. No te queda más remedio que comprar on line aquello que te urge y te hace falta, porque después de recorrerte todo Madrid, cuando al fin das con la tienda que podría venderte el producto, descubres con tristeza que ésta ha echado el cierre. Los comercios y bazares chinos puede observarse que también sufren estos estragos. Ayer fui a hacerme la manicura a un establecimiento chino que siempre lo tenía lleno de clientas. Era un local muy ameno. La dueña, una mujer china muy enérgica, decidida y simpática le daba un brío y brillo especiales a su negocio. Su salón de belleza tenía un imán y era muy agradable contar con este local para congregarnos muchas mujeres y también algunos hombres y pasar un rato distendido olvidando los problemas de cada quién y dándole a la hebra un rato con las vecinas del barrio. Pues bien, cual fue mi sorpresa ayer que este local también ha desaparecido. Se me puso un nudo de tristeza en la garganta. Entré en otro en la misma calle. Siempre he mantenido una relación muy especial con la comunidad china. De pequeña, cuando residíamos en Santo Domingo, República Dominicana, mis padres no podían acompañarme al colegio y mi padre le pidió a un señor chino que regentaba un colmado, si podía unirme a sus tres hijas para ir juntas a clase. El hombre aceptó de muy buen grado y dió instrucciones precisas a su hija mayor para que me cuidase, muy especialmente al cruzar las bulliciosas calles dominicanas. La hija mayor había nacido en Nueva York, la mediana había nacido en La Habana y la pequeña en Madrid. Yo era una niña muy parlanchina y no paraba quieta. La hermana mayor neoyorquina puso orden inmediato al caos que yo era capaz de crear. Me dijo que debía situarme al final de la fila que ellas tres formaban con disciplina espartana en orden de mayor a menor y guardar sepulcral silencio. Así que cada mañana íbamos las cuatro en fila india, yo detrás de la hermana pequeña china madrileña. Me moría de ganas por charlar con ella y tras semanas de intentarlo, lo conseguí. Éramos casi de la misma edad y ambas logramos comunicarnos con cuchicheos y risas con un hilo de voz para que la hermana mayor no se diese cuenta. Hicimos una gran amistad. Además era la única de las tres que hablaba bien español. Luego mis padres me cambiaron de colegio y ya dejé de ir con ellas y fin de aquella incipiente amistad porque cuando iba con mi madre a comprar al colmado del padre, ellas nunca estaban. Un día nos dijo el buen hombre, casi con lágrimas en los ojos que su mujer y sus hijas habían regresado a China. Ayer cuando entré en el salón chino, había tres chinas muy jóvenes sentadas solas mirando sus respectivos móviles aguardando que entrase alguna clienta. Me vino como un flash el recuerdo de las tres hermanas chinas con las que iba al colegio. Detrás de mí, entró una mujer dominicana para hacerse la manicura de porcelana y sentí revivir mi infancia dominicana como una bocanada de aire fresco. Las tres dependientas vestían abrigos y bufandas. En el local desangelado hacía frío. Me quité el abrigo y pronto me arrepentí porque hacía mucho frío en el establecimiento. Las cinco estuvimos largo rato en silencio, pero se me ocurrió decir "El barrio está muerto o solo me lo parece a mí. No hace tanto había más vida". Dije esto casi sin pensar y sin esperar una respuesta. De hecho, di por sentado que no hablaban español y no me habían entendido, salvo la señora dominicana que asintió con la cabeza dándome la razón. Entonces la joven que me hacía la manicura me respondió en un español muy claro y fluido: "España es un país de viejos y todo es muy caro. Hace mucho frío y no salen de casa. Prefieren pasear por los pasillos de sus casas hasta que llega la primavera. Nosotras "tiendla" vacía". Asentí con la cabeza ante comentario y explicación tan certeros. Qué increíble que la joven china resumiese la situación que está viviendo el Madrid de Almeida y de Ayuso con tanto acierto. Al salir del salón di un largo paseo. Un joven español, sentado a la puerta de un bazar chino sobre unos cartones, me llamó y me pidió si le podía comprar una manta porque se estaba muriendo de frío. Le respondí, "Por supuesto. Vamos dentro del bazar y me dices qué manta necesitas". Le gustó una muy bonita de flores negras y me pidió si también le podría comprar unos calcetines térmicos. El bazar estaba vacío. Pagué con la tarjeta y me excusé por no llevar nada de dinero encima para que pudiese tomar algo caliente en un bar. El joven me respondió "Acaba usted de hacer algo increíble por mí y nunca se lo podré agradecer". Le deseé mucha suerte y regresé a mi casa al borde de la lágrima por aquel joven sintiendo impotencia por no poder hacer más, mientras contemplaba las aceras tan sucias con contenedores a rebosar de escombros de este Madrid abandonado a su suerte. Ya en casa, encendí el televisor y una mujer que había perdido a su hermana en la dana relataba los incidentes de un desafortunado funeral por las víctimas, al que asistieron más políticos que familiares. Salieron al terminar todos, salvo los reyes, por la puerta de atrás, para no enfrentar los gritos e insultos de las familias indignadas que han perdido a sus seres queridos por la nefasta gestión de un señor que se llama Mazón. Un señor que se sentó en primera fila en misa como si fuese él el protagonista. Sí, decididamente el problema de España somos los españoles, que no todos, pero sí una inmensa mayoría.

No hay comentarios:

Hasta que llegue la primavera, no mires arriba...

Que el problema del mundo somos los humanos y merecemos el meteorito queda acreditado cada segundo. Por esa misma regla de tres podemos dedu...