No tenía enemigos y tuvo que inventarlos. Primero nacieron desnudos, cual Adán y Eva en el paraíso, en su imaginación. Sintió una alegría desmesurada y desbordante cuando constató que por fin cobraban vida propia en el mundo real. Porque todo el mundo sabe que sin enemigos no es posible una vida digna.
La estrategia que elaboró para crearse enemigos, no es conveniente revelarla aquí, donde todos se dicen amigos. Crearía un clima de animadversión nada recomendable en un ámbito de paz y calma chicha.
Quienes se convirtieron en sus enemigos tampoco lo diremos. Es el secreto mejor guardado que cada quien debe reservarse para sí.
No se inventó una guerra, como los políticos de tres al cuarto. Que nadie tome la iniciativa de inventarse una guerra para crearse enemigos. No es preciso aventurarse tan lejos, ni implicar a terceras personas inocentes y desprevenidas. En tiempos de paz, los enemigos son más imprescindibles que nunca, pero que no nos ciegue la pasión. No se precisan bombas, políticas panfletarias, ni pretextos foráneos. La guerra nace de dentro a fuera. Del interior al exterior. La fórmula a la inversa resulta contraproducente al fin que se persigue.
A él le tenían por un bendito, un pedazo de pan, pura bondad, tonto muy tonto. Le sobraban sonrisas y palmadas en la espalda. Todos se congraciaban con él. Todos se decían sus amigos.
Un buen día meditó a fondo si realmente tanta paz y amor alrededor, le satisfacían, porque no se sentía bien. Algo le repateaba en su interior: una especie de desdicha malsana que suelen llamar infelicidad.
A media noche le despertó una pesadilla reveladora. Soñó que moría y que a su entierro asistía tal multitud que todo el pueblo se convertía en un cementerio para que cupiesen todos. Aún así, seguían llegando foráneos al sepelio. A penas si reconoció dos o tres caras. El resto eran personas que no había visto nunca, pero que lloraban desconsoladamente su muerte. Despertó bañado en un sudor frío que se convirtió en una enorme palmada que le abofeteó la cara. Una voz interior le espetó "¡Cretino, tú lo que necesitas es crearte enemigos. Tú vida es un puro infierno.!"
Esa misma mañana se puso a ello sin mayor dilación. Al principio, los demás no daban crédito a su cambio de actitud, pero en cuestión de un par de semanas ya contaba en su agenda con una treintena de números de teléfono de personas enemigas. Estos números, los demás solemos aprovechar los intermedios publicitarios para eliminarlos de nuestras agendas y nuestras vidas, pero él los subrayó con rotulador amarillo fosforescente. Los miraba una y otra vez con orgullo depravado. Porque no nos engañemos, llegado el caso, no es lo mismo telefonear a un amigo que a un enemigo. Diremos que a los enemigos, por pura lógica elemental, no se les suele llamar. El los llamaba, si, pero a la peor hora, en el peor momento posible, llamada anónima y sin decir ni una palabra.
Una noche soñó que moría y que a su entierro sólo acudían su madre, su hermana y su perro. Algo así como si hubiese aprobado unas oposiciones a Notaría y hubiese celebrado una fiesta paupérrima en invitados. Despertó aliviado. Su vida por fin había cobrado el sinsentido que precisaba para seguir a delante.
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