28 de junio de 2014
"La Fiesta del Chivo" de Mario Vargas Llosa
Acabo de leer "La Fiesta del Chivo" del escritor siempre magistral Mario Vargas Llosa. Me ha impactado hondamente, tanto es así que llevo dos noches sin dormir devorando los últimos capítulos. A ratos no podía seguir. Los episodios de brutalidad sobre los asesinos de Trujillo o sobre los que conspiraron para matarle casi justo el día que yo nacía en 1961 me han dejado un regusto amargo, demasiado amargo, especialmente cuando pienso que tres años después mi padre nos esperaría en Santo Domingo de Guzmán (República Dominicana) a mi madre y a mi para emprender nuestra nueva vida caribeña tan lejos de la patria, la familia, los amigos, los lugares natales, cercanos y entrañables. Si nos descuidamos recalamos allá cuando aún se llamaba Ciudad Trujillo, en vida del cruel y sanguinario dictador, su espantosa familia; esos hermanos suyos depravados; esos hijos suyos sin entrañas; toda aquella crueldad devastadora sobre un pueblo inocente. Esta novela me ha hecho recapacitar sobre mi infancia en Santo Domingo. He recordado la calle 30 de Marzo donde vivíamos en el número 30 en un tercer piso y cómo mi padre cumplió 30 años un 30 de marzo y lo celebramos con gran alegría. No en vano era nuestra vida nueva en un país ya sin dictadores ni trujillistas ni franquistas. He recordado al tibio y aparentemente pusilánime Presidente Joaquín Balaguer y cómo en las tertulias siempre amenas de nuestra casa, yo escuchaba su nombre y a veces alguien se reía de él, pero yo ahora caigo en la cuenta después de haber leído "La Fiesta del Chivo" que gastó un temple y una entereza que ya quisieran muchos Presidentes de Democracias en ciernes, sin disculpar que mirase para otro lado y dejase al hijo de la Bestia infligir cruel y despiadada tortura sobre los conspiradores verdaderos y supuestos. También esas ayudas norteamericanas enviadas por el mismísimo JFK debieron darle seguramente las agallas, los arrestos, la valentía que a cualquiera le hubiesen faltado en situación tan delicada y comprometida. Menciona también esta portentosa novela escrita con pluma precisa y perfecta el Colegio Santo Domingo, colegio católico al que fui. Donde celebré mi Primera Comunión con un ojo enfermo porque me picó días antes un bicho extraño tropical y luego me dediqué a romper todas las fotos tomadas porque me veía horrorosa con aquel ojo a la virule. He pensado que tal vez antes de nacer en agosto de 1961 fui uno de aquellos pobres hombres encarcelados y torturados y Dios me permitió nacer de nuevo, después de tan insufrible martirio en España, en Cataluña, en Barcelona,... para luego tener una maravillosa y feliz infancia dominicana merecidísima por los servicios patrios a la causa democrática dominicana. Pero, una ya es mayorcita para dejar volar así la imaginación y aquella infancia maravillosa se la debo en realidad a mi padre y a su espíritu aventurero, tal como el cúmulo de coincidencias vitales y de sincrodestino que destilan las páginas de esta novela se las debo al siempre insigne y mejor escritor y prosista de todos los tiempos Señor Don Mario Vargas Llosa. No deja de ser otra coincidencia que Vargas Llosa y mi padre naciesen casi el mismo día, casi el mismo año. ¡Qué cosas!
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