15 de diciembre de 2019

1968, ¿Qué fue del "Mayo español"?.....

En 1968, ya lo dije, tenía siete años y lejos de la patria poco me enteraba de lo que sucedía en España. Lo inaudito e increíble es que llevo desde los doce años viviendo aquí y sigo sin enterarme y sin entender mi propio país. Tampoco como catalana entiendo a los catalanes. Vamos, que reconozco mi genuina y absoluta inopia hispánica e íbera. Borges en su "Laberinto" nos recuerda:

"No esperes que el rigor de tu camino
que tercamente se bifurca en otro,
que tercamente se bifurca en otro,
tendrá fin. Es de hierro tu destino
como tu juez. No aguardes la embestida
del toro que es un hombre y cuya extraña
forma plural da horror a la maraña
de interminable piedra entretejida."

Creo que en España estos desgarradores versos borgianos cobran un implacable sentido. Nuestro Miguel Hernández añadía "como el toro he nacido para el luto". A España se le considera un país de Sagitario. Centauro, mitad hombre, mitad animal, así nos va con estas oscilaciones que nos llevan al abismo entre la bestia y el hombre que diría Nietzsche. Tantos años en este país y me siento una inadaptada fuera de lugar y como yo muchos compatriotas. Muy especialmente aquellos que se han visto obligados a emigrar como le sucedió a mi familia.

"A diferencia del Mayo francés, la Primavera de Praga u otras repercusiones de la denominada revolución de 1968 en otros países, en España no pasaron de huelgas y manifestaciones reprimidas por la dictadura franquista, que grupos de izquierda procuraron conectar con las movilizaciones universitarias que simultáneamente se estaban produciendo, y que en algunos casos mantenían algún tipo de contacto internacional con jóvenes españoles presentes en París, Londres, Estados Unidos y Checoslovaquia. Los que alcanzaron mayor impacto fueron los planteados como actos culturales solidarios con las movilizaciones obreras, en particular los conciertos de Raimon –el más concurrido el 18 de mayo– que tuvieron lugar en los recintos universitarios de varias facultades de la Universidad Complutense de Madrid, cuya condición jurídica y algún grado de tolerancia de las autoridades académicas hacía más posible la convocatoria. Mientras que esos conciertos tuvieron un numeroso público, el escaso alcance de otras convocatorias es recordado como algo menor –como encierros planificados que al poco de iniciados se suspendían ante la ausencia de repercusión–, o los llamados saltos –intentos de interrumpir el tráfico en alguna calle– que no duraban más de algunos minutos, terminando en carreras delante de la policía –los denominados grises por el color de su uniforme– cuando esta hacía acto de presencia y los disolvía expeditivamente. Los medios de comunicación españoles, cuyo control por la censura se había relajado ligeramente desde la Ley de Prensa de 1966 de Manuel Fraga, no por ello tenían libertad para reflejar las movilizaciones internas; aunque sí lo hicieron abundantemente con las que ocurrían en el extranjero. El tratamiento que de ello hizo el diario Madrid le llevó a un secuestro de su publicación y su cierre durante cuatro meses. Las autoridades decidieron tomarlo como cabeza de turco y provocaron su cierre definitivo, e incluso una operación de especulación urbanística que incluía la voladura de su edificio. En otro orden de cosas, pero conectado por la sensibilidad proclive a la lucha armada, al anticapitalismo y al tercermundismo, es significativo que en 1968 se produjeran los primeros atentados de ETA, que condujeron al Proceso de Burgos. Se ha señalado que la relación existente entre ese primer grupo de etarras y el Partido Nacionalista Vasco tenía mucho que ver con una ruptura generacional entre padres e hijos similar a la existente entre los franceses que habían vivido la Segunda Guerra Mundial y la resistencia y los jóvenes de las barricadas de mayo. En cuanto movilizaciones estudiantiles, la universidad española ya las había tenido mucho más significativas durante los sucesos de 1956; mientras que en un periodo más próximo, el hecho con mayor repercusión se había producido tres años antes del mayo francés: en los sucesos de 1965, el apoyo a las movilizaciones estudiantiles les costó la expulsión de sus cátedras con carácter permanente a Enrique Tierno Galván, Agustín García Calvo y José Luis López Aranguren, y la inhabilitación por dos años a Santiago Montero Díaz y Mariano Aguilar, con los que se solidarizaron, dimitiendo, Antonio Tovar y José María Valverde. Estas personalidades serían las que ejercerían en España la función intelectual que Sartre o Chomsky tuvieron en otros países. En el año 1966 se produjo La Capuchinada: el asalto policial –sin el preceptivo permiso eclesiástico– al Convento de Capuchinos de Sarriá, donde se había reunido una asamblea del Sindicato Democrático Universitario, y el subsiguiente cierre de la Universidad de Barcelona –abril–. En septiembre el curso comenzó con la suspensión de empleo y sueldo a 68 profesores no numerarios –penenes–. En 1969 se produjeron nuevamente algaradas estudiantiles, que fueron respondidas con la declaración de un estado de excepción entre el 24 de enero y el 25 de marzo. Se desmantelaron los sindicatos estudiantiles y 20 profesores fueron condenados a penas de confinamiento.


El año 1968, próximo a la conmemoración de los XXV Años de Paz, correspondía al punto álgido del desarrollismo franquista: Segundo Plan de Desarrollo, campañas turísticas –Spain is different–, incluso a la victoria de Massiel en el Festival de la Canción de Eurovisión –el La, la, la que habían negado cantar en catalán a Joan Manuel Serrat–. El éxodo rural y la emigración a Europa eran claves para el mantenimiento de una paz social que daba las primeras muestras de una modesta sociedad de consumo –motorización, construcción masiva de viviendas–. El ascenso social se veía como una posibilidad al alcance de muchos: generalización del acceso al sistema educativo, ejemplo de ídolos populares –Manuel Benítez «El Cordobés»–. Para ese efecto apaciguador se utilizaba la expresión pan y toros o pan y fútbol: el 6 de febrero, un acertante de 14 resultados en la quiniela, Gabino Moral, cobró un premio récord: 30.207.744 pesetas."


Es primavera en la España franquista de 1968 y en el exilio francés una radio encendida grita «Piece of my Heart» de la inmortal Janis Joplin, canción escrita por Jerry Ragovoy y Bert Berns y originariamente grabada por Erma Franklin en 1967. La canción pasará a un primer plano de atención cuando Janis Joplin y la Big Brother and the Holding Company hagan una versión de la canción en el año que nos ocupa, en la cuarta pista de la cara A de su álbum Cheap Thrills. La canción ha sido objeto de versiones posteriores, incluyendo la de Faith Hill en 1994 y Berverly Knight en 2006.

Para los y las españoles en el exilio su desgarradora letra les debía despertar el dolor y la angustia vitales, el desgarro que produce en el emigrante que las condiciones óptimas de vida no se den en tu propia patria y en ninguna parte. No es ya que no tengas suerte en el amor. Es que es dramático cuando quien no te quiere es tu propio Estado, es tu propia tierra que te expulsa en 1968 y también ahora en 2019. No digamos ya en 2008 cuando vivimos la brutal crisis. En el exilio muy seguramente se escuchaba a Janis Joplin: Y en España, yo no estaba, pero muy seguramente se escuchaba y celebraba la victoria eurovisiva de Massiel:

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