19 de abril de 2020

Día 9, 24 de marzo de 2020..El Día de Helena....La epidemia se extiende por España de forma más rápida que en Italia...



Habría que preguntarse si el fascista se hace o nace. Lo que si parece ser algo incontestable es que el fascismo nació con Benito Mussolini y Helena, la que ahora nos ocupa, parecía ser su fiel discípula, la más abnegada casi un siglo después. Helena, con unos orígenes italianos dado su apellido Graziani, nacida y criada en la ciudad alemana de Chemnitz con unos padres de la más rancia ultraderecha germana, dejaba mancos a los y las de Vox en discursos de odio, racismo, xenofobia. Además, pronunciaba español con un deje italo-alemán que habría sido las delicias del dictador Franco y afortunadamente no cursaba Ciencias Políticas, de lo contrario, un día llegaría a ser Ministra de Algo en Algún Congreso de Diputados y Diputadas en la bancada más a la derecha y más extrema que imaginarse uno puede. Tenía un temperamento iracundo, sarcástico, visceral. De ella decían sus compañeros de apartamento que lo raro es que hubiese tenido tres novios, a los cuales había dejado emocionalmente K.O.ooooossss. Dos, allá en su ciudad natal: Clemens y Cedric y uno nada más aterrizar en España con su Beca Erasmus +: Juan Pablo. Los dos primeros precisaron tratamiento psicológico. El tercero la caló en seguida y con un "vete a la mierda" dejó zanjada una relación tortuosa y llena de tantas aristas que a Helena por primera vez en la vida se le saltó una lágrima, que no era de dolor, sino de ira supina y superlativa por no haber podido anular el temperamento tan forjado del español. Su idea del amor era la de "uno domina y el otro traga" y por descontado, ella era la destinada a dominar. Así lo había mamado en su casa: su madre dominaba a su padre y su abuela a su abuelo y suma y sigue hasta remontarse al Milán de las "camisas negras". A Helena le fascinaba la frase de Benito: «¿Puede el fascismo dejar de contar conmigo? ¡Claro! Pero también yo puedo dejar de contar con el fascismo». Para rematar la faena Helena leía con fruición a Frau Föster-Nietzsche, que no a Nietzsche propiamente dicho, Ezra Pound, Céline, Knut Hamsun, Robert Brasillach o Hanns Johst y estudiaba español con pasión para poder leer algún día a César González-Ruano, Agustín de Foxá, Rafael Sánchez Mazas, Eugenio d’Ors, Ernesto Giménez Caballero, José María Pemán, Rafael García Serrano, Luys Santa Marina y Juan Ramón Masoliver. Tenía un cacao considerable en cada neurona de su cerebro. Sus compañeros habían aceptado que al principio les engañó con esos ojos tan enormes azules, su larga melena rubia y unos rasgos faciales tan cándidos. Vamos, que María decía siempre de ella "no es cierto que la cara sea el espejo del alma. Es un verdadero demonio". Les consolaba saber que era cosa de soportarla durante este año 2020, pero, claro, el 2020 se les había torcido de lo lindo con el confinamiento. De buena gana la habrían dejado en Madrid a su suerte, pero lo cierto es que a todos infundía miedo. Daniel podía echarla si quisiera por ser el administrador del bloque de apartamentos, pero se decía a sí mismo y a los demás "que la vida conlleva pruebas, pruebas duras, para forjar a hombres y mujeres hechos y derechos y Helena era una prueba que les había enviado el destino, un pulso de vida que debían vencer". Paula replicaba "que no lo tenía tan claro eso de que la vida bla bla bla...la puedes echar y punto pelota". Daniel escurría el bulto. Se sentaba a ver documentales en Netflix y no quería saber nada del asunto. Los demás le seguían el juego y así la convivencia se hacía llevadera. La única que le plantaba cara era Paula. A Helena le recordaba el temperamento de Juan Pablo y preparaba dura artillería para contraatacar, pero ahora estaban en la finca de los padres de Daniel y había piscina y jacuzzi y un buen gimnasio y muy buenos vinos. Tampoco era plan de amargarse así su propia existencia. Tiempo habría en Madrid de "enseñar a esta tropa de niñatos y niñatas quién era la que mandaba y dominaba". Helena en la finca extremeña se mostraba tan relajada y tranquila que los demás no salían de su asombro. Le había dado por leer "Los Cantos" y "Cathay" de Ezra Pound y las obras completas de José María Pemán. Llegada la noche mágica de Las Musas, a todos y todas tenía muy intrigados qué sorpresa les tenía reservada Helena. Situación tan delicada requería de los mejores caldos de la bodega. Daniel se atrevió a coger tres botellas de lo más reservado y selecto e intocable. Ya rendiría cuentas a sus padres cuando pasase todo este confinamiento. Lo cierto es que si se seguía alargando acabarían con todas las reservas vinícolas y la cosa cada vez pintaba peor como en China e Italia. ¡Quién se lo iba a imaginar! Había ya muchos documentales en YouTube y Daniel los devoraba. Esa noche prepararon espaguetis a la carbonara en abundancia para que a Helena le entrase sopor. Pero Helena tenía preparada una historia de lo más elaborada y estudiada: les quería contar la interesante y apasionante vida de Ezra Pound, un poeta, ensayista, músico y crítico estadounidense perteneciente a la Lost Generation —«Generación perdida»—, sus etapas londinense, parisina, italiana y cómo tras la guerra, Pound fue juzgado en EE. UU. por traición. La intermediación de diferentes figuras del mundo cultural consiguió que se le declarara loco (así se le salvaba de una potencial pena de muerte) y que se le internara en el hospital del St. Elizabeth, donde permaneció durante doce años (1946-1958). Allí continuó elaborando The Cantos, además de traducir a Confucio. Pensaba la audiencia que allí terminaría la historia de tan insigne e ilustre poeta, pero no, Helena siguió contando que en 1958 Ezra volvió a Italia y se instaló en un castillo y viñedo entre los Dolomitas, Brunnenburg, propiedad del marido de su hija Mary y donde esta fundó el actual Ezra Pound Centre for Literature consagrado al estudio de su obra. Allí, cuidado por su hija, permaneció hasta su muerte en 1972 en Venecia. A puntísimo estuvieron de aplaudir tan fascinante historia "tan bien narrada" (el sopor de los chicos y chicas rozaba el mayor de los tedios), cuando Helena manifestó que aún no había terminado. Traía una obra selecta de los mejores versos de Pound: " Querría bañarme en extrañeza: estas comodidades amontonadas encima de mí, me asfixian!¡Me quemo, ardo en deseos de algo nuevo, amigos nuevos, caras nuevas y lugares!...." CONTINUARÁ



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