30 de septiembre de 2020

Homenaje a Sue Kaufman, autora de "Diary of a Mad Housewife" (1967) (Diario de un ama de casa desquiciada, trad. Milena Busquets) y sobre los nervios que se pasa cuando quedas finalista en un concurso literario de microrrelatos......

Añoche llegué tan cansada del trabajo, ya que este puto coronavirus nos está desgastando y mucho a quienes nos dedicamos a profesiones esenciales. Tienen que lograr ya de una vez una vacuna eficaz. De lo contrario acabaremos todo el mundo desquiciado y atacado de los nervios como Tina, la protagonista de "Diario de un ama de casa desquiciada" de la escritora estadounidense Sue Kaufman, nacida el 7 de agosto de 1926 en Long Island, Nueva York. Nací un 14 de agosto, ambas somos leonas y las de este signo zodiacal solemos acaparar y abarcar muy por encima de nuestras frágiles posibilidades. Me siento plenamente identificada con su desquiciamiento y su perenne tensión vital propiciada por situaciones agobiantes y por ese marido infame y prepotente que le originan reacciones psicosomáticas o trastornos psicológicos importantes y descabellados. Yo afortunadamente no tengo marido que aguantar. Pero llego molida a casa. Anoche me tomé un vaso de leche y en vez de media pastilla para dormir, me tomé una entera. Intenté leer el capítulo en el que el marido de Tina está postrado en la cama padeciendo un virus digestivo, un virus que allá por 1967 o antes afectaba a gran parte de la población neyorquina y no era la dichosa Covid-19, pero no pude. Mi hijo menor entró a darme las buenas noches, me dió un beso y apagó la luz. Tenía el móvil, donde leo, en el regazo y esta mañana al despertar de milagro no ha terminado estampado contra el suelo. Me he despertado a las ocho en punto. Contaba con hora y media por delante antes de la entrevista por streaming, retransmisión en directo dicho en cristiano. Raudo me he tomado un café con una tostada. He lavado los platos del fregadero. He puesto una lavadora. He recogido la ropa seca. He recogido el salón, dejándolo presentable para el streaming. A las nueve y media ha empezado. Era una prueba, no el streaming en sí. Así que me he presentado tal cual, en ropa de andar por casa y la cara lavada y recién peinada. Nos han explicado que de 532 microrrelatos, hemos quedado finalistas 4, que el nivel de los concursantes ha sido muy alto, que éramos muy afortunados de llegar a la final, que un jurado de más de 200 personas votarían al ganador y que quién nos hablaba había sido miembro de un jurado de selección previo y que a ella personalmente le habían gustado mucho los nuestros. La prueba ha sido todo un éxito y nos han emplazado a las doce para el streaming definitivo. Me ha dado tiempo de tomar una ducha, acicalarme. Me he maquillado, algo que no hacía desde que nos pusieron el bozal universal pandémico. He pensado que gracias a la mascarilla podemos disimular patas de gallo, arrugas y cuantas imperfecciones nos recuerdan que padecemos las marcas cosméticas. Vamos, que me he estado riendo un rato ante el espejo de las dichosas marcas cosméticas. No es que personalmente les desee ningún mal, pero la mascarilla tiene esa noble virtud de ocultar el rostro para embellecer nuestras miradas y pasamos realmente muy desapercibidos. Esta condición de camuflaje, de disimular dando a nuestras caras el aspecto de otra cosa me tiene fascinada. Feos y guapos por igual podemos lucir palmito eligiendo además mascarillas dotadas de todo el glamur. Después he tendido la ropa y ya raudo ha marcado el reloj la hora del streaming definitivo sin mascarilla y cada quién en un punto diferente de España. Nos hemos saludado los cuatro finalistas deseándonos suerte. Y nos han mostrado un panel donde iba subiendo el índice de los más votados. Iba ganando a ratos y eso me causaba un miedo y desazón absurdos. De repente, las votaciones han dado un giro y el relato que iba perdiendo ha empezado a subir y subir y finalmente ha resultado ganador un joven madrileño de nombre David y he sentido un alivio y una alegría inmensa por él y por mí. He aplaudido dándole la enhorabuena y he recordado a la Cazadora del concurso de RTVE el Cazador, que no permite nunca que gane nadie y he pensado que qué inmenso respiro es que existan aún concursos donde haya un ganador que se lleve el premio. Entonces la presentadora me ha preguntado a mí qué había inspirado mi microrrelato y con un aplomo increíble en mí he relatado a los espectadores que había leído "Recursos inhumanos" de Pierre Lamaitre y acto seguido había visto en Netflix la serie basada en la novela y que ambos me habían encantado y apasionado y que una amiga llamada Rocío que reside en Sevilla, aunque no es sevillana, me había recomendado este concurso y que había participado sin mayores pretensiones y que me había sorprendido mucho saberme entre las finalistas. El microrrelato no he tenido que leerlo, gracias a Dios, pero es el siguiente. Me han dicho que les ha resultado muy divertido y creativo: "En la nevera dos pimientos una cebolla cuatro tomates tres huevos confabularon para atracar una sartén y tomar de rehén a un individuo que se disponía a dar con ellos en la cárcel de un contenedor en vez de en la cocina del estómago en forma de pisto manchego exquisito. Un calabacín apuntó directo a la sien. El tipo obedeció sin chistar.Puso la sartén con aceite al fuego. "Córtalo en la tabla bien picadito que te estamos apuntando" No me han dejado explicar por qué no utilice comas ni tampoco por qué no hay berenjenas en este pisto. En definitiva, que los concursos son así de veloces y raudos y apresurados. Tampoco me han dejado consultar en qué canal de televisión se estaba emitiendo esto y dónde podía leer los microrrelatos de David de Madrid, el ganador y los otros dos finalistas. Le han dicho a David que le correspondía el cheque valorado en 500 euros para gastarlo en Carrefour y fin del streaming, justo cuando ya me iba yo aclimatando y encontrándole el gustillo al asunto. He salido entonces escopetada para tomar el metro y luego el bus para ir a trabajar. Antes he pasado por una farmacia donde he comprado vitaminas y paracetamoles. Tal vez así logre no sentirme tan cansada y desbordada por los acontecimientos. Nunca me gustaron los microrrelatos. Siempre me parecieron un recurso para perezosos. Yo he sido y soy una gran defensora del género narrativo y las novelas. Pero, a fuerza de participar en concursos animada por mi amiga Rocío u otras amigas o por iniciativa propia, les he ido cogiendo el tranquillo y ahora me parecen un hábito excelente para mantener la pluma bien afilada. En el autobús, he buscado en la radio Onda Melodía porque el locutor parece un clon en total sintonía con mis gustos musicales y sonaba esta canción que me encanta y la vida con pandemia o sin ella me ha empezado a parecer una cosa maravillosa:

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