31 de enero de 2025
"La mudanza de Raquel"... Este relato lo escribí en 2008. 17 años después seguimos igual o peor con el drama de la vivienda. Hasta cuándo????
Los cambios de casa, las mudanzas, algunos las consideran algo estimulante, novedoso, pero a la gran mayoría nos hacen polvo el bolsillo de lo sentimental. Raquel mudaba de residencia por undécima vez, con el agravante de que el traslado suponía dejar un enorme dúplex de dos plantas para instalarse en un modestísimo piso de escasamente cincuenta metros cuadrados en un barrio humilde de la periferia de la ciudad. Su vida había sufrido un grave revés económico y sentimental. De esos reveses que van directos a la yugular e intentan estrangular a la víctima sin lograrlo, pero que le dejan el sistema neurológico y nervioso como si se lo hubiesen centrifugado en una lavadora (quitamanchas exprés alta gama. Te limpio todo hasta los pecados capitales veniales de comisión y omisión. Te dejo el costal de los pecados limpio, pero vapuleado).
En definitiva y resumiendo, la economía familiar no permitía sufragar los gastos de alquiler de la vivienda que dejaba con gran pesar de su corazón. A penas si permitía pagar el nuevo alquiler de seiscientos euros de renta mensual con el escaso sueldo y el divorcio conyugal en ciernes. El marido de Raquel no podía pasarle la pensión alimenticia por los dos vástagos habidos durante sus dos años de matrimonio porque no podía de verdad, no como esos cabrones que no la pasan porque no les sale de su testosterona intoxicada. De hecho, Raquel veía la vida de su ex marido tan a la deriva que hacía filigranas para arañar algún extra a la Visa y que el hombre no pasase hambre, hambre literal, se entiende, que también la hay virtual. Y un hombre con hambre no es lo mismo que una mujer con hambre, no señor.
Las cajas de cartón de la mudanza invadieron las habitaciones, el salón, la cocina y el pasillo como un ejército de termitas gigantes, como elefantes, y Raquel se sentó en el lomo de una de ellas, en todo el espinazo, desde la cruz hasta las ancas sin que el prosbicio de cartón objetase nada, muy al contrario, parecía inclinar su trompa prensil en señal de sumisión y obediencia a la dueña de la casa, "Disponga usted lo que le plazca, Doña".
Raquel permaneció unos minutos callada, en silencio, mirando el halógeno parpadeante del recibidor y pensó que los embalajes no conquistarían sus nuevos dominios, que había que deshacerse de inmediato de lo viejo para dar cabida y paso a lo nuevo, que lo mejor casa chica que grande, que mejor sola que mal acompañada, que preferible una batalla campal de cartón, pasta de trapo y papel viejo que una pugna encarnizada con la familia política y la propia, que mejor ser madre soltera con hijos que solterona sin hijos...que...
En el nuevo barrio de Raquel, dos vecinas chismosas se preguntaban, vociferando de una ventana a otra, a qué era debida aquella afluencia repentina de indigentes, traperos, restauradores, basureros y trapicheantes husmeando y revolviendo los contenedores de aquella finca, rebosantes de libros de tapas finas, porcelanas chinas, lámparas de lágrimas, estanterías de bella madera tallada, mesas de distintos tamaños, diseño y colores, álbumes rotos de fotos cenicientas, discos de vinilo, películas, muñecos de peluche y enseres de niño, abrigos de pieles, joyas de bisutería, mantas, toallas de felpa, sábanas de lino, folios esparcidos con poemas de amor escritos a lapicero de grafito con tachaduras y enmiendas, ropa interior de hombre y de lencería fina de mujer, fracos de perfumes medio llenos unos, medio vacíos otros...
Alguien exclamó al pasar junto al ripio de la mudanza de Raquel, "Aquí se perciben los aromas del desengaño y la esperanza mezclados como si un marinero hubiese echado por la borda el ron y el cuaderno de bitácora del capitán un día de mar arbolada y gruesa".
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