8 de abril de 2020

Día 3, 18 de marzo de 2020. El Día de Natalia. El día en que alguien osó ir al pueblo sin avisar a los demás...



Natalia ya lo avisamos, tiene muy pocas luces. Su físico es de una belleza espectacular. Diríamos de ella que es la típica "tonta del bote", pero muy lista. Vamos, que va de tonta por la vida pero este juego siempre le proporciona muy buenos réditos. Es la menor de cuatro hermanos: tres varones y ella la niña mimada de la familia. Tan mimada que cuando se quisieron dar cuenta en casa habían criado a una monstruita. Era una verdadera tirana. Rompía cosas, cosas además muy valiosas, si no se salía con la suya. Sus padres, él un gerente de una cadena de hoteles en Valencia y su madre, jefa de una tienda de ropa exclusiva en la capital valenciana, tomaron la decisión de invitarla a marcharse a estudiar fuera cuando cumplió los diecisiete años. Podían haber llamado al Big Brother televisivo pero consideraron que eso era muy chabacano y de muy poco nivel. Así que le buscaron un colegio católico en Madrid y un piso compartido para que aprendiese sana convivencia. Al aterrizar en Madrid, a Natalia se le bajaron todos los humos. Sus compañeras de piso, todas chicas, no le permitían ni fumar. Eran todas muy responsables y estrictas. Lograron un gran cambio en Natalia, pero solo en apariencia, porque fue entonces cuando ella decidió cambiar de estrategia y salirse con la suya utilizando otras artimañas que le funcionaban. Se volvió muy promiscua y como no podía llevar a sus ligues de turno al piso compartido, quedaba con sus presas en hoteles o en despachos o hasta en sus propias casas en ausencia de sus esposas. De ellos, obtenía dinero contante y sonante y muchos regalos. Juntaba ese dineral con lo que le enviaban sus padres y era la adolescente más rica "independiente dependiente de papá y mamá" que circulaba por todo Madrid. Le dio por comprarse mucha ropa de calidad. Había heredado de su madre el buen gusto en el vestir. Su armario estaba atiborrado de ropa. Para que no lo viesen sus compañeras de piso, escondía en maletas enormes mucha ropa debajo de su cama. Cuando abandonó la vivienda por haber completado su etapa de Bachillerato para mudarse al apartamento de Malasaña, precisó de un servicio de mudanza y sus compañeras de piso no daban crédito de todo cuánto salía de su habitación. Respiraron aliviadas de despedirse de un personaje tan peculiar como aquel. Un poco de envidia también le tenían, porque Natalia era bellísima de verdad y ya se sabe, la belleza abre puertas, ventanas y ventanales. Eso lo sabe hasta la empollona fea más resabida.En el apartamento de Malasaña desplegó todos sus encantos para caer bien a ellas y a ellos. Los chicos sucumbieron a su belleza. Ellas la aceptaron de buen grado, salvo Paula y Helena que barruntaban sus oscuras intenciones. Pero en líneas generales, Natalia se comportaba bastante bien: se hacía su cama, mal hecha, pero lo intentaba; fregaba platos dejando a medias la faena, pero lo intentaba; bajaba la basura, recogía la mesa y de vez en cuando barría. Fregar no, porque eso era cosa "del vulgo". Se lo había oído decir a su madre. Paula le preguntaba qué diferencia podía haber entre la escoba y la fregona en lo concerniente a categoría elitista. Y Natalia, encogiéndose de hombros, respondía "No sé. Es lo que dice mi madre siempre que sabe mucho de estas cosas"....La finca extremeña no le había causado impresión porque la casa de sus padres era según ella "infinitamente mejor". En su casa en Valencia tenían jacuzzi, sauna, espacio de peluquería y masajes. El gimnasio era como cuatro veces más grande que el extremeño. Tenían piscina climatizada y piscina exterior. La bodega albergaba vinos de todos los países. En fin, que extenderse en explicarlo todo sería muy fatigante para una persona tan perezosa y frívola como Natalia. Daniel en plan de sorna le respondió "Es que aquí, querida niña, aún no nos ha llegado el AVE". Este tercer día que nos ocupa, Natalia cometió una imprudencia de las gordas. Se le ocurrió salir de la finca y escaparse al pueblo para ir al supermercado, la farmacia y al estanco, no porque le hiciese falta nada, sino simplemente por darse un garbeo. Ello disparó todas las alarmas en el pueblo ya que la cajera del supermercado le preguntó de dónde había salido y ella ni corta ni perezosa, soltó que se habían venido toda la tropa de Madrid a pasar el confinamiento en una finca. Menos mal que no nombró a Daniel ni la finca de sus padres ni dijo cuántos eran, porque en cuanto la cajera empezó a intentar sonsacarle un montón de preguntas al respecto, ella con una de sus mejores sonrisas se despidió diciendo "otro día te lo cuento todo con calma que ahora llevo prisa. Un placer". Natalia era tonta del bote como ya dijimos, pero de las listas. Sabía que acababa de meter la pata hasta el fondo. Así que decidió regresar a la finca tomando una ruta de despiste por si la cajera del supermercado había enviado a algún espía al efecto de averiguar en qué finca estaban y por qué. El rodeo que tomó casi le juega una mala pasada, porque se metió por veredas y caminos desconocidos y ella no era mujer de campo sino urbanita a rabiar. Cuando por fin regresó a la finca habiéndose cerciorado de que nadie la seguía, saltó la valla por una parte por la que sus compañeros y amigos no la pudiesen ver y no contaría a nadie su escapada. Fer la vió regresar cargada de bolsas pero no reparó en que acababa de venir del pueblo. Fer estaba siempre ensimismado en su mundo. Ella para disimular le espetó "¿Qué tal, Fer? ¿Qué tal de ánimo te has levantado hoy?" Y Fer, sin levantar la cabeza de un libro de poesías, dijo con voz quedada, "Bien, bien, Natalia". Natalia se fue derecha a su habitación y repartió entre sus dos maletas lo que había adquirido, casi todo productos para la higiene y belleza personal. Era la única que había salido de Madrid con dos maletas grandes. Los demás solo habían llevado una maleta pequeña. Convenció a Paco. Le fue bastante fácil incumplir la norma de una maleta pequeña única por persona. El día, por lo demás transcurrió plácidamente y sin contratiempos en la finca. Al llegar la noche y sentarse como ya era habitual todos en el suelo formando un corro, Francesca le dijo a Natalia "hoy te toca a ti contarnos una historia. Es tu turno". Natalia carraspeó y ni corta ni perezosa se lanzó a contar lo siguiente con mucho desparpajo: "Cuando iba al colegio de monjas escolapias en Valencia y cursaba cuarto de la ESO, las monjas tuvieron que mandar reparar algo, no sé bien qué en el patio trasero donde las niñas jugábamos a la hora del recreo, de tal suerte que los obreros tuvieron que abrir un enorme agujero en la pared. Este agujero fue como una puerta abierta a lo que se cocía en la acera de enfrente donde se levantaba una fábrica muy grande de una especie de turbinas o qué se yo. No sé bien qué es lo que se fabricaba en aquella empresa. Lo que sí os puedo decir es que la inmensa mayoría de sus operarios eran dos cosas: hombres y jóvenes.A cuál más musculoso y fornido. A cuál más guapo y maravilloso. Así que ni cortas ni perezosas, un grupo nutrido de niñas, entre las que me contaba yo, empezamos a tirarles migas de pan de nuestros bocadillos y piedrecitas del patio para llamar su atención. Fue fácil. A los cinco minutos ya estábamos a voces comunicándonos con ellos, mientras alguna niña se quedaba vigilando para que las monjas no se enterasen de nuestra osada hazaña. Mi amiga Georgina tuvo el coraje de quedar con uno de ellos, el más joven, que no tendría aún los dieciocho años, a la salida del colegio. Quedó ese día y todos los días siguientes. Todas la preguntábamos que nos contase cómo iban aquellos encuentros. Ella les mentía "hoy me ha invitado a una Coca-cola"; "Hoy me ha regalado un ramo de flores"; "Hoy me ha explicado detalles de su vida". Las niñas fueron perdiendo interés por estas chorradas y dejaron ya de preguntar. Lo que no sabían ellas es que Georgina sí me contaba a mí en privado y con todo lujo de detalles lo que realmente hacían ellos dos al salir de clase. Me contó que al segundo de día de quedar, fueron a un descampado a las afueras de la ciudad, ella vestida de uniforme y él en traje de faena y allí sentados en la hierba se empezaron a besar con frenesí. Georgina me explicó que el chico se llamaba César y que le había enseñado a besarse como en las películas. Pasados unos días de besuqueos fueron más allá. César tenía preservativos y la desvirgó. Suena fuerte, pero así me lo dijo Georgina. Me contó que el primer y segundo día le dolía mucho, pero al tercero ya disfrutaba como una enana. Lo que sucedió después es que Georgina, que era de muy buena familia y muy rica, se dió cuenta de que no podía seguir ennoviándose con un pobre diablo como aquel,simple operario de una fábrica y que cortó con él. Él se lo tomó bien porque era muy guapo y fornido y chicas ricas o pobres no le iban a faltar. Los operarios taparon un buen día el agujero de la tapia y aquella diversión se nos terminó. Tuvimos que buscarnos otras como iniciarnos en el tabaco o el alcohol o los porros, pero eso os lo contaré otro día". Cuando Natalia terminó su historia, todos y todas se miraron los unos a los otros porque sospechaban que en aquella historia de Lolitas y mozos desatados, la verdadera protagonista con toda seguridad no era la tal Georgina de la fábula, sino la propia Natalia, pero harían ver que tragarían con aquella historieta y decidieron aplaudir y brindar con las pocas cervezas que ya quedaban. Natalia más ufana que un Buda feliz, les brindó un abrazo y un beso a todos y...todas, a Paula y Helena inclusive.


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