28 de octubre de 2020

Cuando te quedas sin internet ni línea fija en casa durante varios días y descubres que es una bendición....

 En junio tras vivir un verdadero vía crucis con Mas Movil, nefasta compañía telefónica como acaban siendo todas, me pasé a Jaztell. Con Mas Movil fue tal el calvario que hasta me negaron la portabilidad y tuve que emprender una cruzada de reclamaciones ante la OMIC y la Secretaría de Estado de Telecomunicaciones e Infraestructuras Digitales. Reclamación que pasados varios meses, gané, pero que es papel mojado y no va a ninguna parte porque estas pésimas compañías de comunicaciones hacen sus santos bemoles. La Secretaría te invita a acudir a la vía judicial por grave daño moral y perjuicio, pero seguir ya por esta senda es sumirse en un verdadero quebradero de cabeza insufrible y un gasto inasumible. Parece mentira que el flamante Ministerio de Consumo no tome cartas en este asunto. La cuarta fase de la era tecnológica en nuestro país convertida en Edad de Piedra Digital por causa de los infinitos problemas que ocasionan todas estas compañías.

En fin, que a lo que iba. El sábado por la tarde nos quedamos sin internet ni línea fija de teléfono en casa. De inmediato dí parte a Jaztell. Parece mentira lo que condiciona nuestras vidas este asunto. Sin poder ver películas en Netflix, Filmin o Amazon Prime. Sin poder trabajar ni poder estudiar. La televisión tiene toda ella una programación infumable. Así que adoptamos aquella máxima de Groucho Marx:

"La televisión ha hecho maravillas por mi cultura. En cuanto alguien enciende la tele, voy a la biblioteca y me leo un buen libro" 

Nos dió a todos por leer. Tres libros me leí de una sentada: "El dormitorio conyugal" de Éric Reinhardt, "Cuando el diablo salió del baño" de Sophie Divry y me releí "El club de los poetas muertos" de Nancy. H. Kleinbaum. ¡Qué gozada superlativa! La primera me dejó absolutamente subyugada. Esa capacidad prodigiosa de entrelazar dos historias simultáneas, la de la propia experiencia vital del autor y su personaje Nicolás, un compositor musical. Literatura y Música unidas en torno a dos figuras femeninas, una real y la segunda de ficción, ambas enfermas de cáncer. El dolor, la superación y la angustia vital que despiertan la enfermedad y la posibilidad de una muerte segura, todo ello aderezado por la belleza, el arte y un amor incondicional  que se sabe finito y con fecha de caducidad. ¡Una joya de libro!. En cuanto a la novela de Sophie Divry me hizo pasar máxima angustia. Describe y desgrana con precisión quirúrgica las penurias y la tremenda precariedad de nuestros jóvenes en la época actual. Toda una generación perdida pese a ser la mejor formada. No es un fenómeno que se de solo en España. La protagonista reside en París y malvive y casi languidece de inanición por intentar ser independiente de los lazos y vínculos familiares y realizar su sueño vital. A ratos, la tensión narrativa te lleva a la locura. Una novela muy perturbadora. Y respecto de "El club de los poetas muertos", qué sobrecogedor y traumático nos resulta en 2020 llegar a la triste conclusión de que Neil y Robin Williams, nuestro entrañable profesor de Literatura John Keating cuando este magistral libro fue llevado a la pantalla, encontrarían idéntico y trágico fin, el primero en la ficción y Williams en la vida real. ¡Cuantos recuerdos  de nuestros gloriosos años 80 y 90 despierta la lectura minuciosa y atenta de este libro! Pocas veces sucede que libro y película merezcan todos los honores y laureles. Mientras lo leía me venían las caras de los jovencísimos actores Robert Sean Leonard, Ethan Hawke, Josh Charles (que ahora en la actualidad podemos ver en la serie "Away"), Gale Hansen, ....y desde luego los versos que Walt Whitman dedicó al presidente Lincoln:

"¡Oh, Capitán, mi Capitán! Nuestro azaroso viaje ha terminado;
El barco capeó los temporales, el premio que buscamos se ha ganado;
Cerca está el puerto, ya oigo las campanas, todo el mundo se muestra alborozado,
la firme quilla siguen con sus ojos, el adusto velero tan audaz.

¡Oh, Capitán! ¡Mi Capitán! Levántate y escucha las campanas;
levántate —por ti la enseña ondea— por ti suena el clarín;
por ti son las guirnaldas y festones —por ti se apiñan gentes en la orilla;
por ti claman, la inquieta masa a ti se vuelve ansiosa.

¡Escucha, Capitán! ¡Querido padre!

Te pongo el brazo bajo la cabeza;

Un sueño debe ser que en la cubierta

hayas caído frío y muerto.

Mi Capitán no contesta, están sus labios pálidos e inertes;
Mi padre no es consciente de mi brazo, no tiene pulso ya ni voluntad.
El barco sano y salvo ha echado el ancla, el periplo por fin ha concluido;
del azaroso viaje, el barco victorioso regresa logrado el objetivo.

¡Exultad, oh, costas!, y ¡sonad, oh, campanas!

Mas yo, con paso fúnebre recorro

la cubierta donde yace mi Capitán

caído, frío y muerto."

 

 





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