11 de julio de 2007

"La Sibila de Madrid"

Dicen de mi que por una frustrada pasión amorosa, que por mi obligada soltería elegí acobardar a las más valientes plumas de nuestra España.

Azorín barruntó de mi que me imaginaba en una buhardilla madrileña mirando los tejados lluviosos y los gatos vagabundos, pero lo cierto es que aborrezco la lluvia, me dan alergia los gatos y sospecho que estos felinos seres albergan alma de hombre ya que se muestran tan esquivos, casquivanos y pendencieros a la que saltan de los tejados a las mugrientas y solitarias calles de la noche cerrada.

He de reconocer que yo también albergo alma de hombre en un cuerpo sinuoso de mujer. Me gusta contemplar mi silueta desnuda ante el espejo del pasillo del convento cuando las monjas duermen y el gallo está a punto de cantar su arrogante quiquiriquí de irisados visos. Hago esto todas las noches desde que ingresé voluntariamente en el monasterio para hallar paz interior y sosiego para ejercitar las letras, porque así aliento y sostengo mi sensualidad contenida, como si cada día un amante furtivo trepase hasta mi celda y no sólo aplacase mi deseo violento e insaciable de entregarme a la cópula, sino también para brindarme ese brío masculino que a casi todas las mujeres nos falta de anhelar letras y armas en vez de temores de honra, almohadillas y ruecas que nublan nuestro entendimiento femenino con el recato de la vergüenza. Contemplo mis senos y los acaricio como lo haría un hombre frenético y lujurioso, y antes de alcanzar las nubes del paraíso que sólo el animal sexual que todos llevamos dentro alcanza, corro a mi aposento y me fundo con las rugosas sábanas de lino suavizando su tacto con mi goce. Entonces y sólo entonces siento que mi pasión por las letras es superior a los placeres y deleites de la vida tan efímeros y volátiles. Entonces y sólo entonces me incorporo y tomo la pluma para escribir lo que la fructífera inspiración me dicta cual jinete que galopara a toda prisa con un destino incierto pero con una meta precisa.

Entre la rueca y la pluma, siempre elegiré la pluma no sólo porque mi cuerpo alberga un alma de hombre sino porque sé que el alma del hombre es igual al de la mujer y algún día tanto ellos como ellas entenderán que idénticas pasiones arrebatan los ánimos de ambos.

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