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Mostrando entradas de enero, 2008
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"El mensaje del ángel interestelar" Año 2338. Continente Idrís del Planeta Sapir. En las aulas de la Universidad de Estudios Islámicos y Cristianos de la ciudad de Badr, un joven musulmán llamado Bâhir conversa con su íntimo amigo Khalîl, cristiano converso desde que de madrugada, cuando todos dormían, divisó un ovni en forma de cáliz sobrevolando los tejados de la Residencia Estudiantil Muslim y sintió en lo más hondo de su corazón "la llamada de Eisà". La conversación entre estos dos amigos, que se aprecian y quieren desde la infancia temprana - ambos nacieron y se criaron en el mismo arrabal, el asentamiento de Târeq a las afueras de Utba -versa siempre sobre lo mismo, la religión. Bâhir intenta convencer a Khalîl de que es más fácil alcanzar la salvación eterna siendo un mal musulmán que un buen cristiano. Khalîl le refuta aduciendo que la Biblia es el libro sagrado por excelencia y que el Corán es un libro menor que sólo alcanza la categoría de los hadic
La carta"
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"La carta" El cartero llegó a la aldea de Praimbra a primera hora de la mañana recorriendo el itinerario de siete yardas que le separaba de la estafeta de Laire, camino que solía hacer a ratos a pie y la mayor parte del trayecto en la vieja bicicleta – que se resistía a cambiar por otra flamante - de piñones dentados desgastados y cadena oxidada, que rechinaba como una fritanga de tocino en la sartén. Desde la colina, que ponía punto y aparte al camino, que luego proseguía hacia la aldea de Saimbra, se divisaba la casa de la viuda Dolores, una mujer que perdió al marido siendo ambos tan jóvenes, que de siempre se la recordaba entre el vecindario por su condición de viudez, como si unos ángeles la hubiesen depositado en su cuna natal siendo así de tal guisa, viuda de nacimiento. “La Dolores” aguardaba siempre la llegada de Pedro, el cartero, con el café de puchero rezumando su delicioso aroma por los poros de la vasija de barro puesta al fuego y las tostadas de pan de hogaza
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"La melancolía de Isabelle" El capitán de guardia estampó un sello de caucho sobre el documento oficial urgente, mientras el oficial, escondido detrás de un cortina, rasgaba el lacre del sobre de la carta dirigida al general para espiar su contenido, pero el timbre oficial grabado con alusión a un águila imperial cansada y ahíta de poder, no le pareció auténtico. Rompió la carta en pedacitos y se llevó a los labios el sello de oro de su dedo meñique izquierdo para besar la inicial inscrita del nombre de su amada, Isabelle. Cogió de su bolsillo derecho una moneda. Cara, seguiría espiando cartas escondido detrás de una cortina. Cruz: comunicaría a su capitán que pronto abandonaría el ejército para reunirse con su amada. El sello oscuro y gastado de la moneda, tedioso, se negó a cambiar su suerte. "¡Isabelle, Isabelle, te perderé para siempre. Creo que mi destino está sellado". Isabelle languidecía bordando sobre la tela tensada en el tambor. Cerca de dos años sin una