La grieta ( Tercera entrega. Continuación )
Siguieron días de cierta calma familiar, aunque en el inmueble las cosas transcurrían por los cauces habituales, a saber, bebés y niños que lloraban, palizas del maltratador a su mujer, la música estridente del vecino metálico. El incidente de la señora con sombrero y perrito tal vez fuese una señal premonitoria de algo extraordinario que sucedería unos tres o cuatro días después. Papá se presentó en casa con una mujer rumana de unos cuarenta años bastante mal llevados. No nos pareció muy agraciada, pero pronto se ganó nuestra confianza por su discreción; nuestro afecto, por una simpatía natural y buena disposición que la hacía sonreír por todo. No se parecía físicamente a nuestra madre, pero algo nos recordaba a ella. Su ternura innata quizás. Se llamaba Simona Mirela. “Salut” exclamaba cada vez que papá le presentaba a uno de nosotros, acompañando el tímido saludo con una ligera inclinación de su larguísima melena recogida en un moño. “Multumesc” “Da” “Un” “Nu înteleg”. Papá nos exp