En mi último viaje a Grecia, visité la tumba de Nikos Kazantzakis en Heraklion (Ηράκλειο ) Su epitafio reza: "No espero nada. No temo nada. Soy libre" ( Δεν ελπίζω τίποτα. Δε φοβούμαι τίποτα. Είμαι λεύτερος) Me pregunté entonces qué esperaba yo con este viaje desesperado, qué esperaba de la vida en general, qué esperaba de mi destino particular. Me interrogué sobre mis miedos pasados, presentes...sobre si los venideros me amedrantarían aún más. Medité sobre mi libertad, si me sentía libre, si lo era realmente, si era la libertad una quimera o una realidad que sólo los demás alcanzaban siéndome a mí vedada. Si tal vez fuese yo, cretino, engreído de mi, el único ser libre del universo por hallarme en la isla del blanco azúcar árabe, la cándida isla de Alexis Zorba. Pero el espíritu de Kazantzakis no me inspiró ninguna respuesta, tal vez cansado de atender y escuchar peticiones absurdas de viajeros adictos a cultos supersticiosos y a vulgar mitomanía. Tal vez porque el