5 de julio de 2007

"Injusta leyenda urbana"

Nunca me gustó el cuento del "Patito feo". No era patito. No era feo. Una estafa de cuento. Prometía a cualquiera encontrar su lugar, su clan, su familia. Yo nunca la encontré.



Cuando pesaba a los diez años setenta kilos y reventaba las básculas de las farmacias, de las consultas de los endocrinos, de los cuartos de baño de mis abuelas, de las revisiones médicas escolares...todos me llamaban gorda, vaca, ballena.



A los once no dejé de comer, pero me provocaba vómitos. Leí que los romanos hacían lo mismo en las orgías para poder seguir atiforrándose. Yo lo hacía para disfrutar de la comida y adelgazar sin pasar hambre. A esta manera extraña de conservar la línea se le llama bulimia. La bulimia adelgaza y enloquece. ¿O tal vez lo que enloquece son los volubles comentarios de las gentes, que si estás gorda te insultan y si estás delgada, también?



A los doce años, es decir, el pasado año, pesaba cuarenta kilos y medía metro sesenta. Ahora, a punto de tirarme desde el balcón de mi casa, peso treinta seis kilos y en un año he crecido un centímetro. Me he pesado antes de suicidarme. Siempre que he ir a un lugar nuevo y desconocido para mi lo hago. Tardaré en sellar mi cuerpo contra el asfalto porque peso casi como una pluma de paloma gigante. En la ciudad las únicas aves que se pueden ver son las repugnantes palomas de plumaje de alquitrán y las niñas anoréxicas que sobrevuelan las azoteas llevadas por el viento. Las niñas anoréxicas y bulímicas somos también asquerosas y repugnantes porque nunca, nunca encontramos a nuestra verdadera familia, nuestro clan. Nuestras madres no nos reconocen como suyas. Las madres de nuestras amigas tampoco. Las maestras nos recuerdan el cuento del "Patito Feo" como si esta burda historia de anades nos sirviese de algún consuelo.



Voy a tirarme ya sin meditarlo mucho más. Tal vez esta solución desesperada sirva para que mi verdadera madre venga a salvarme. Espero que su cuello sea muy largo, flexible y negro. Sus patas cortas. Sus alas anchas. Espero que venga desnuda y deteste los imperativos de la moda. Espero que me lleve a un lugar donde pueda comer sin pensar en engordar. Espero que en ese lugar, las gentes amen y respeten a las ballenas y a las sílfides por igual.

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