21 de septiembre de 2007

"La casa abandonada de Julio Cortázar"


Nos gustaba la casa porque a parte de espaciosa y antigua tenía un jardín en la parte delantera en el que crecían azaleas y geranios de todos los colores y un huerto en la parte trasera con un cerezo, dos perales, un limonero y un magnolio, que es el árbol más preciado para mi.

De la casa sólo sobreviven los árboles, no por centenarios como sería lógico, sino por indiscretos. Siempre sospeché que mantenían una extraña comunicación telepática entre ellos y que estaban al corriente de cuanto sucedía dentro y fuera de la casa. Ahora puedes verlos cuchichear como viejas castañeteándoles los dientes por el frío de la intemperie y lo que destempla el cuerpo la ociosidad. El tronco esbelto y la copa henchida de globos blancos a punto de emprender el vuelo del magnolio cargan de una fragancia extraña el huerto, el jardín y las estancias deshabitadas de la casa que exhibe un cartel desvencijado a punto de caer sobre la hojarasca inútil de una vana promesa de venta. Nadie va a comprar esta casa. Nadie. Los árboles se adueñan de ella como soldados que aprovechan un vacío de poder perentorio. Hojas y ramas trepan por el pasamanos de la escalera y se tienden sobre el frío mármol del suelo formando una alfombra que sólo las ratas se atreven a transitar. Ayer vino el administrador, accedió al jardín y no se atrevió a franquear la puerta. Pensó que tal vez reviviendo las azaleas y geranios pronto podría desembarazarse de la casa, pero desechó la idea por absurda. Nunca se venderá esta casa. Lo sabe él y lo sabemos nosotros los fantasmas que la habitamos. Nadie puede vernos. Ni siquiera sospechamos de nuestra propia existencia los unos de los otros. Sé que soy como una visión quimérica que pronto se esfuma ante cualquier espejo, pero también sé que aquí no estoy solo. Los demás supongo que sienten idéntica superstición y presunción. La explicación es sencilla. Existen porque yo existo. Existen porque todos vivíamos aquí bajo un mismo techo antes de que Ninette se cobrase venganza por nuestros desprecios y nos sirviese la comida envenenada. Mientras vivió Madame Solange campábamos a nuestras anchas por el huerto y el jardín y a veces correteábamos por la cocina. Ahora como un espectro me paseo por todas las habitaciones de la casa y mis maullidos sólo los escuchan los árboles, que se quejan de que trepo demasiado a menudo por sus ramas y les daño sus delicadas arterias. Creo que el peso de mi alma gatuna es insignificante, pero a ellos les encanta protestar por todo.

Me gusta la casa porque a parte de espaciosa y antigua se ha ido convirtiendo en un espacio de libertad para mi y seguramente para los demás

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Gemma:
Por ahora soy incapaz de hacer un comentario imparcial y sosegado sobre este post.
Nunca eso de "Ls realidad supera a la fantasía" fue más cierto. Tu historia me ha dejado K.O. porque todos los detalles coinciden con recuerdos que prefiriría no me volviesen a visitar. Pero, por mucho que uno los borre de la memoria, nos aguardan en el sitio menos pensado. Como en tu blog.
Un beso

Gemmayla dijo...

Travis, amigo:

En este relato parto de la frase inicial de la "La casa tomada" de Julio Cortazar: "Nos gustaba la casa porque a parte de espaciosa y antigua.."
Creo que tanto el relato de Cortazar como este mío, que no pretende emularlo ni de lejos, porque se trata de un modesto homenaje a tan insigne escritor, logran dos cosas en la "psiqué del lector. Una, trasladarnos a un período de la infancia que mientras la vivimos no éramos conscientes de que más adelante la entenderíamos como una etapa más de supervivencia a pesar de la felicidad que suele acompañar a la infancia. Dos, recapacitar sobre el peliagudo asunto de la vivienda que en este país nuestro cobra una magnitud sin precedentes en otros lugares del planeta. La casa grande y antigua es el sueño de todo propietario o aspirante a serlo. Y ya sabes, detrás de cada españolito de a pie se esconde un pequeño especulador inmobiliario.

Creo, sí de verdad, amigo Travis, que el relato de Cortázar es universal e intemporal. Un genio Cortázar.

Como dijo Panero, "en la infancia vivimos, el resto de la vida, sobrevivimos"

Un abrazo,

Gemmayla

Anónimo dijo...

El espíritu del niño que fui sigue maullando-aullando por muchas casas, de las que ya perdí la cuenta.
Si pudiese hablar con él, me temo que pocas cosas nuevas tendría que contarle y que volvería a tropezar con las mismas moradas.
Las casas nos habitan.
Amiga Gemma, escribes muy bien.Tienes facilidad, pero además te lo curras. Y llegas, que es de lo que se trata (pero no de cualquier modo, con recursos trillados, sino con talento y sensibilidad).
Este post me haya dejado mal el cuerpo.No te preocupes,saldré al balcón a reponerme. "Reponerse"...volverse a poner...¿dónde?

Durrell dijo...

Gemmayla, hace tiempo que leo tu blog y hoy especialmente me ha resultado grato encontrar que este relato que tanto me gustó lo escribiste tú. Mi enhorabuena por como manejas esa pluma.

Un abrazo.

Sonetodecuerda

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