"Entre fogones"



El estruendo de fondo de obuses, cañones y morteros no era óbice para dejar de hacer lo que correspondía a esas horas del anochecer. Mi madre nos bajaba a la bodega del sótano y nos obligaba a permanecer ahí hasta que cesasen el toque de queda y la orquesta bélica, mientras ella se metía en la cocina entre fogones para prepararnos una cena siempre exquisita, siempre deliciosa pese a la precariedad de la materia prima. Decía que las sopas de ajo debían prepararse a conciencia como si las fuese a degustar un rey o un obispo; que la legumbre era el alimento más completo y podía cenarse si había sobrado del almuerzo o si se terciaba a falta de tortas; que el pan untado con aceite provenía del mismo cielo y tal vez lo trajesen las bombas, pese a ser éstas obra seguramente del demonio - los caminos de Dios inescrutables -. El jamón pendía de una escarpia y desde mi curiosidad infantil no podía evitar comparar su forma con el bombo de mi madre, preñada de siete meses, gestando el nacimiento de mi hermano Antonio. Mi madre desprendía un aroma fragrante y limpio como su mirada. El jamón sabía muy rico, pero a mi corto entender de entonces, olía fatal.

Cenábamos a eso de las nueve de la noche. Antes rezábamos un padrenuestro y dábamos gracias al de arriba por las cosas de abajo, en concreto las que lucían escasas pero exquisitas sobre el mantel de la mesa de la cocina. Como las bombas, ya dije, caían del cielo, mi madre nos obligaba también a mostrar y sentir gratitud, porque aseguraba que ninguno de aquellos zambombazos tocaría nunca nuestras viandas. El que está en lo alto no lo consentiría, aseguraba con tal fuerza de convicción que yo siempre lo creí y aún ahora lo sigo creyendo. De mi madre aprendí a preparar con esmero cualquier guiso, la dieta sencilla y mediterránea, la tranquilidad, el sosiego, la felicidad que uno puede hallar en el santuario de la cocina. La artillería nunca alcanzó el blanco de nuestros manjares, cierto, pero creo que a mi padre le tocó la diana del corazón en plena refriega. Mi madre no nos hablaba de estos detalles. Tampoco se mostraba demasiado explícita en lo tocante a su marido, nuestro progenitor. Nos explicaba que él regresaría algún día, el menos pensado. Pero lo cierto es que aún ahora seguimos aguardando su regreso o tener alguna noticia de él. Saber que fué de su vida o de su muerte. Siempre he sentido que mi padre no se sentase a la mesa con todos nosotros para degustar juntos los platos sabrosos que con tanto esmero preparaba nuestra madre, su esposa. Si seguía vivo en algún lugar no creo que su existencia alcanzase la calidad de la nuestra, sencillamente porque no contaba con el cariño y la presencia incondicional de aquella mujer excepcional.

Con frecuencia se sentaban a la mesa soldados que llamaban a la puerta pidiendo un trozo de pan, algo que llevarse a la boca. En esos casos mi madre sacaba la bota de vino y todos lo catábamos como si degustásemos algún brebaje divino. Uno de aquellos soldados besó a mi madre en los labios mientras el puchero de barro a fuego lentísimo hervía el cocido. Mi madre le arreó tremenda bofetada y yo me llevé la mano a la mejilla como si me la hubiese dado a mí. Pensé que despacharía al soldado y éste liaría el petate para salir pies en polvorosa de nuestra humilde casa, pero no, el soldado había sido invitado a cenar esa noche y cenó. Cabizbajo casi no probó bocado. Mi madre se mostró diáfana y natural como la claridad del día. Cenamos el puchero que habíamos almorzado, cocido que nos encontraríamos en el plato durante días sucesivos. Cada día me sabía más rico. Las sobras de los guisos de mi madre ganaban en sabor y calidad con el pasar de los días. Era algo así como un milagro del cielo.

Pasada la guerra, una mañana, se presentó en casa aquel soldado, el del beso, el de la bofetada. Se entrevistó con mi madre en la cocina, que era donde ella recibía siempre a las visitas, mientras mis hermanos y yo escuchábamos a hurtadillas la conversación agazapados detrás de la puerta. Todo fueron requiebros y no escatimó en lisonjas para con mi madre. Pero ella le respondió que era una mujer casada que aguardaba esperanzada el regreso del marido. Luego estábamos nosotros, sus hijos, lo más importante -dijo -, cuestión vital. Invitó al soldado al almuerzo y éste aceptó. Cabizbajo, no probó bocado. No le volvimos a ver nunca.

Mi madre ahora padece la enfermedad de Alzehimer y no recuerda lo buena madre que ha sido para todos nosotros, pero no importa. Yo sí lo recuerdo. Mis hermanos también.

Comentarios

Anónimo ha dicho que…
Gemma, bonita:
Acabo de ver esta entrada nueva tuya. Ahora no tengo tiempo...(Ya sabes que me tomo mi tiempo contigo, nada de prisas en este remanso).
A ver si esta noche---para mí aún es por la mañana-- comento tu post como Gemma manda.
Anónimo ha dicho que…
Amiga Gemma:
Este texto es tan hermoso; te ha resultado tan logrado tanto en lo emotivo del fondo como en el esmero de la forma, que no sé por donde empezar a meter la cuchara.
Si quisiera enmarcar algunas frases, como a veces hago, tendría que entrecomillar todo el post".
Puedes decir sin empacho que has escrito unos de tus mejores entradas aquí. (No te leo en otro sitio..A saber que tesoros me pierdo). Para mí, el mejor...pero cuando uno dice esto, puede herir la sensibilidad del autor, que recuerda otros, a su entender-sentir más trabajados o que en su ranking particular (tan subjetivo como el del lector) ocupan el number one.
Así que me cocino mi propio comentario, pese a que, como creo que recordarás, soy el mayor especialista mundial en apertura de latas de conserva.
Y, para qué quiero más, considerando que mi hijo mayor tan pronto entra por la puerta, en sus escasas visitas, se pone el delantal y hace que tenga que echarle varias miradas escrutadoras. Me reconforta su gran parecido físico conmigo. Ya me entiendes.
Mi madre, además de sastra, hombre para todo, encargada de todas las chapuzas de casa- desde las eléctricas a las carpinteras- víctima de la violencia verbal doméstica (supongo que también te dará mil patadas eso de "de género"...bobo), y ..qué más?...ah sí, MADRE.. era una excelente cocinera.
Tal vez lo era debido a su natural meticuloso, paciente, al amor por el trabajo bien hecho...o quizás porque si el "chef" encontraba a su disgusto cualquier pequeña tajada, aprovechaba para sacar tajada y darse a la vejación y a la iracundia, mientras los demás comíamos con el alma atragantada.
Pero... el meollo de la vida, amiga Gemma, "a cerna"= el cerne, el duramen, es básicamente una ristra de "peros"...
Pero, cuando enviudó - mira qué casualidad...mi padre falleció de un infarto mientras comía...y se fue a donde fuese con un sabor a gloria en el paladar- mi madre fue perdiendo ese punto que la distinguía entre fogones, no menos amenazados que los de tu relato.
El caso es que desde el día de mi orfandad, cada domingo en que toda la familia nos reunimos en la casa materna para almorzar, apreciamos -un decir- como su ingenio culinario fue menguando año tras año.
Disimulamos, encomiamos la exquisitez de sus engrudos, hemos asesinado de obesidad mórbida a muchos de sus gatos y nos tragamos lo que ella con tanta diligencia y cariño nos perpetra.
Es posible que la pensión de viudedad no dé para mayores fastos, aunque no lo creo. Su disposición es tan cuidadosa como otrora.
Si te soy sincero, esa mengua en su gusto para deleitarnos es un arcano para mí.
Espero que tú, que eres mujer y tienes ese primer sentido que le atribuyo a tus conséxeneres, me ayudes a resolver semejante enigma.
Te doy algunos datos: tiene 78 años y en su dieta entra todo el vademecum, además de las consabidas infusiones. Ah..y la depresión.Una de las pocas cosas que ella no instaló por sí misma.
Siento mucho no estar muy inspirado hoy, querida Gemma, para comentar esta delicatessen con que me has regalado el alma.
(También yo prefiero los guisos del día siguiente.No los de mi madre. Hasta ahí no alcanza mi masoquismo).
¿Verdad que hay muchas cosas que se degustan mejor "el día siguiente"?
Otro día en que tenga el estómago menos delicado te explicaré-traduciré esta canción:

puedo_repetir?
Gemmayla ha dicho que…
Hola Travis:

Creo que lo que le sucedió a tu madre, fue parecido a lo que le pasó a la mía al divorciarse de mi padre a eso de los 68 años. ¡Tantos años guisando para un desaprensivo! ¿Para qué? ¿Por qué?...
Creo, amigo Travis, que los seres humanos somos muy crueles con nuestro entorno, especialmente con nuestros semejantes. Puedes constatarlo cada segundo que pasa, no sólo en el ámbito doméstico y familiar , sino en cualquier lugar - trabajo, escuela, lugares de ocio...-
Creo que dentro de unos años - quizás nosotros lamentablemente lo veamos - asistiremos a la violencia de género masculina. Me refiero a que algunas mujeres verterán todo su odio y su ira sobre sus parejas y las víctimas, los muertos serán también ellos. Tanto padecer, tanta represión, tanta sumisión se cobrará su precio. El desencuentro entre ambos sexos está servido. Somos muy diferentes y encontrar el punto de compatibilidad cuesta mucho. Por eso vemos a la gente cada vez más individualista y más sola. Creo que en el fondo es lo mejor. Cada cual en su casa y Dios en la de todos.

La violencia está ahí como un instinto bajo de la más pura animalidad. Convertirse en seres pacíficos y amantes del prójimo y la vida es la asignatura pendiente de esta sociedad. Algunas sociedades muy avanzadas lo han logrado. La nuestra confío en que tb lo logre algún día, que seguramente ni tú ni yo veremos. Quizás nuestros hijos o tal vez nuestros nietos.

¡Qué desgarradora canción la de Lennon! ¡Qué físico tan peculiar tenía este hombre! ¡Un Libra fascinante!

Muchísimas gracias, Travis !!!

Muy féliz finde !!!

Gemmayla

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