6 de marzo de 2011

La boda de María Antonieta...dedicado a mis compañeros y compañeras de fatigas durante estos cuatro meses infiltrados cual plebeyos en la magnificencia de lo versallesco

Teatro, espejo de la vida.
Escenario:
16 de mayo de 1771, enlace entre María Antonia Josefa Juana de Habsburgo-Lorena y Luis XVI de Francia, llamado Luis el Último (Louis le Dernier) o Luis Capeto (Louis Capet) por los revolucionarios, fue rey de Francia y de , Navarra entre 1774 y 1789 , copríncipe de Andorra entre 1774 y 1793 y rey de los franceses entre 1789 y 1792.


Los jóvenes novios han recibido la bendición nupcial en la capilla del Palacio de Versalles por el gran capellán, el Cardenal de la Roche. Las celebraciones en la corte se prometen esplendorosas tanto en París como en el propio Versalles con altísima afluencia de público, como merecen estos esponsales reales.
A la archiduquesa no le gusta especialmente su recién estrenado marido. En la intimidad, ha confesado entre chanzas y risas, que su rostro le recuerda al de los papagayos mudos, si los hubiere, porque su nariz es ciertamente picuda, como los picos de aquellas cacatúas parlantes, pero siendo éste, en concreto, el que le ha correspondido en suerte, mudo y sin habla, ya que la única palabra que ha escuchado de sus labios es el sibilante y susurrante “Si quiero” que ha pronunciado sin entusiasmo alguno ante el altar. Las damas de la Corte austríaca han disfrutado de lo lindo estos gozosos comentarios de su Delfina, mientras repasaban los últimos retoques para ataviar a su señora con preciosos y costosísimos trajes, traídos de París, para la celebración de la fiesta matrimonial que ha de durar como poco doce días con sus noches.
Al acceder a la Gran Galería, el Delfín ni siquiera ha disimulado su indiferencia hacia su recién flamante esposa. Pronto le suelta la mano. Pronto se dirige hacia el lugar donde se encuentran agrupados los ocho bustos de los emperadores romanos de mármol y pórfido, representando a Baco, Venus, La Pudicia, Hermes, Venus de Troas, Urano y Némesis. Apoyada en la última, Diana de Versalles, le espera, con amplia sonrisa sardónica y cómplice, pintada en su cara lujuriosa, la amante de su padre Luis XV, Madame du Barry.
María Antonieta disimula unos bostezos incontenibles. Se siente fuera de lugar en su propia boda. A su alrededor se arremolinan en forma de corro, como gallinas, Mesdames, sus nuevas cuñadas, Adelaida, Sofía y Victoria, quienes cuchichean todo tipo de cotilleos difamatorios dirigidos a la Barry. La Delfina intenta sonreír aunque no entiende gran cosa de lo que se cuece en este palacio. La Galería de los Espejos le parece un lugar realmente deslumbrante, una genuina joya versallesca. Nunca había visto tantos espejos juntos. Pregunta cuántos suman en total y una Sofía displicente le responde con desdén “Trescientos y pico, pero eso, querida, no es lo que debe importarte. Lo fundamental aquí es que no pierdas de vista a esa furcia...” “¡Caramba! ¡Puedo verme de cuerpo entero!”, responde entusiasmada la archiduquesa., “¿Y estas espléndidas pinturas de quién son?”. “¡Ay, qué pesada y preguntona nos ha salido la niña! Son de Charles Le Brun, nuestro pintor de corte, pero eso no es lo que debe preocuparte, querida, lo que ha de tenerte en vilo es esa mala pécora”, le responde Adelaida abanicándose el rostro enrojecido de celos y furor. “Uinsss, Y este mármol magnífico de las pilastras de los capiteles, ¿es de Carrara?”, prosigue su batería de preguntas la Antonieta. “No, querida, traerlo de ahí nos costaría un imperio. Es de Rancé. Pero eso no es lo que debe reclamar tu atención, mi querida niña, sino ésa que intenta seducir a media corte masculina” le increpa una Victoria sofocada de indignación.
De repente, se despierta un revuelo en la sala de baile. ¿Qué pasa? ¿Qué sucede? Las princesas de Lorena osan bailar antes que las duquesas versallescas, grandes damas de la nobleza, saltándose el estricto protocolo. María Antonieta intenta disuadirlas y mediar entre los distintos frentes que van surgiendo. ¡Es del todo imposible! Las grandes damas, cual plebeyas, tiran de los pelos y destrozan los tocados de las princesas austríacas, las princesitas a su vez, les rasgan las vestiduras. A Madame du Barry le entra un ataque de risa irrefrenable. Carcajadas, gritos, aspavientos, tocados de plumas que salen despedidos por los aires, pelucas pisoteadas por el suelo. El cuarteto de cámara entona música de Lully, empezando con piezas de comedia ballet moleriana para terminar interpretando la tragedia lírica de Perseo, amenizando una velada tan rocambolesca. Victoria mete un dedo en el ojo de una de las princesas. Una dama de nombre francés impronunciable se quita sus delicados zapatos y los estampa en la cabeza de la mismísima María Antonieta apabullando su elevadísimo peinado color ceniza. Lo que en primera instancia es una pelea de mujeres aristócratas, que han perdido todo recato y compostura, acaba siendo un ruedo de reyerta, en la que los hombres , de no se sabe dónde han conseguido espadas blancas, negras y hojas de cinco cuartas de no se sabe quién.
El escenario de fiesta y celebración de la boda del Delfín y su Delfina es una especie de teatro de Corral español en cuyo escenario actores y actrices se han vuelto locos. En un segundo, la preciosísima Galería de los Espejos se ve inundada de esperpento, algarabía y contienda. De repente todos enmudecen, se hace un silencio sepulcral, calla la orquesta porque alguien ha roto la luna de uno de los delicados espejos. “Hasta ahí podríamos llegar!” exclama Luis XV. En ese preciso instante arriba un mensajero de corte portando las peores noticias:
“En París, en la plaza de Luis XV, más de un centenar de personas han fallecido asfixiadas en la vía pública, porque se lanzaron fuegos artificiales para celebrar los esponsales y la concurrencia presa de terror huyó a la desbandada”

3 comentarios:

Durrell dijo...

Se ha borrado todo mi comentario... te decía que me ha encantado esa pelea de gallinas peluconas a la que has llegado con tanta sutileza. El final trágico, como lo fue en la vida real que siempre supera la ficción, está visto. Creo recordar que tenía 14 años cuando la casaron por intereses políticos, como no. Su madre era una reinona con grandes aspiraciones y muy exagerada para todo. Muy buena la narración.
A ver si ahora no lo borra.

Besos.

travis dijo...

La última vez que visité Versailles fue en un verano finesecular. La temperatura era de 25ºC, pero la sensación térmica resultaba insoportable. Ya dentro del palacio, tras recorrer los molestísmos adoquines de la entrada al recinto, que parece que los franceses aún no se han enterado de las bondades del asfalto o de la gravilla, tuve la sensación de hallarme en Finlandia. Sólo faltaba que mi cuñada me azotase con ramitas de abedul.
Asi que me aposté frente a un gran ventanal abierto, desde el que se dominaban jardines y fuentes. Respiré el aire menos oprobioso del exterior y no dediqué ni una mirada de soslayo a las obras de arte que por lo no visto decoraban aquellas estancias.
Luego bajé y en un kiosko compré una botella de agua mineral, que me cobraron a precio de Möet et Chandon. Al agua le llaman "ó", pero deberian llamarle "Ohhhh". En las vending machines de Paris las coca-colas salían más caras que una mariscada en mi pueblo. Pero como no había llevado una fiambrera (mi cuñada se había negado tajantemente a mezclarla con su pamela), pues me pasé sin coca-cola, porque el marisco, aunque sea imaginario, hay que regarlo con ribeiro.
No me extraña nada que Maria Antonieta afrontase el cadalso con tanta dignidad. Yo diría que era más bien alivio, porque en Versalles, con aquella calor, tendría que dormir con las ventanas de par en par, lo cual agravaría la pertinaz rinitis de su augusto esposo, y no habría manera de pegar ojo con sus gangosos y flemáticos ronquidos.
Yo, por si acaso, busqué acomodamiento en una pensión baratita donde soñé con pulgas guillotinadas.
Al final adquirí una reproducción enana en pvc de la torre aquella de alta tensión. La tengo encima del televisor y mis amigos, cuando vienen a ver el partido, me dicen con un deje de envidia cochina: "Qué, di la verdad, ¿a cuantas francesitas te tiraste?". Mi respuesta es obvia: "Oh, la la".
Otro día te cuento la visita al Louvre, pero ya te adelanto una cosa: me dio la impresión de que la Gioconda me quería tirar los tejos.

Gemmayla dijo...

Juasjuas, qué relato, Travis !!! Debieras animarte a darte de alta en el nuevo espacio en el que estamos ahora Durell y yo con muchísima gente aficionada a la literatura !!! ¿A qué si, Durell?...

El espacio se llama Netwriters:
http://www.netwriters.eu/

Me encantaría leerte ahí y si participases en nuestro espacio de realtos cortos, sería genial. Qué dotes narrativas las tuyas !!!

El detalle del calor que citas se me pasó por alto, cachís !!! Es que nunca he estado ahí. Y en el Louvre tampoco. Y París es mi gran asignatura pendiente. Me imagino a todos los franceses perfumados con "Jo D´Eté", juasjuas. El profe que nos ha dado el curso, esta semana, intensivo de "Matrix operator" nos ha dicho que él se animó a parlotear inglés en París, porque asegura que los franceses hablan el peor inglés de Europa.
El marisco con Ribeiro en Versalles, me suena a algo así como la Ensaimada mallorquina en El Kilimanjaro, a eso, a ensaimada guillotinada.

Preciosa Durell, las revoluciones que se cuecen ahora en el mundo árabe y en África, no olvidemos que antes se fraguaron en palacio. Siempre hay algún cortesano que salió rana.

Me alegra tanto leeros en mi blog, que ahora mismo voy a descorchar un cava catalán para brindar por voostros, nuestra amistad y por " Allons enfants de la Patrie,
Le jour de gloire est arrivé!
Contre nous de la tyrannie,..." que en mundo han sido, son y lamentablemente serán.

Besotísimos...muy feliz finde