29 de octubre de 2011

Llanfairpwllgwyngyllgogerychwyrndrobwllllantysiliogogogoch....Amadeo, en el hueco del avellano blanco, cerca de la gruta roja......Dedicado a todas las personas con Síndrome de Guilles de la Tourette

En su gira por las cortes de Europa, Leopold ha recibido una invitación de un aristócrata, primo lejano del arzobispo de Salzburgo, para pasar unos días de descanso en su residencia de verano en la aldea más pequeña del mundo que ostenta el nombre más largo, Llanfairpwllgwyngyllgogerychwyrndrobwllllantysiliogogogoch , que en galés significa «la iglesia de Santa María en el hueco del avellano blanco, cerca de un torbellino rápido; y la iglesia de San Tisilo, cerca de la gruta roja».
El pequeño Amadeo acompaña a su padre. Grita por la ventana de la calesa el nombre completo casi impronunciable con una facilidad de ensalmo mientras carcajea. Su padre intenta emularlo pero sólo consigue pronunciar “ Hlan-vair-puhl-güin-guihl-go-gue-ra-“. Ambos ríen, aunque pronto Leopold recupera el semblante adusto y serio que le caracteriza:
- ¡Compórtate, Amadeo! Quiero que en casa de Sir Anglesey te comportes, que guardes la compostura y el decoro, que te concentres en dominar tus tics. Prométemelo, Amadeo. No podemos defraudar su confianza y su alta estima para con nosotros.
- Sí, padre..lo prometo.
- Y no se te ocurra hacer rimar Anglesey con palabras obscenas y soeces.
- Está bien , padre. No lo haré…lo intentaré pero no sé si seré capaz…Anglesey, bloddy hell… -
El niño no para de reír, bromear y su padre esboza una sonrisa dibujada como una mueca forzada en su rostro fatigado. Ha sido un año agotador, de giras, viajes, de vida nómada. Leopold parece fatigado, no así su hijo, el pequeño Amadeo que con cada aventura, con cada experiencia cobra nuevos bríos, energía inagotable. Sus diez años semejan un rebosante cofre de tesoros, algunos evidentes, desbordantes, superando los límites de la continencia; otros escondidos como una perla del mejor oriente, oculta en el interior de una concha en las profundidades de un recóndito mar. Amadeo es un niño genial, alegre, dicharachero…siembra júbilo por doquier. Se lo rifan las mejores casas aristocráticas, toda la realeza europea. Es un niño prodigio de energía igualmente prodigiosa y exuberante. Su padre a veces piensa en él y lo describe como un pequeño ser instalado en una primavera y un verano eternos, como un cascabel de alegría que no cesa. Recuerda una vez en que le dijo a su esposa, "Sólo nos han sobrevivido dos de nuestros siete amados hijos, Nannerl y Wolfgang Amadeus, pero en especial nuestro benjamín se me antoja la mayor parte del tiempo como si en él habitaran sus cinco hermanos, nuestros añorados hijos que Dios se llevó consigo porque así fue su voluntad divina":

- ¡Padre, padre, hemos llegado, hemos llegado! ¡Mira, padre, nos esperan! En la inmensa explanada del jardín de la gran mansión, aguardan el Sr. Anglesey, su esposa Magda y su hija Teresa, una preciosa niña con interminables trenzas pelirrojas recogidas en una coleta que cae como chorro de agua limpia y clara sobre su vestido de flores almidonado y planchado para la ocasión. Teresa tiene diez años como Amadeo y su padre, el Sr. Anglesey ha querido que ambos niños se conozcan porque albergan muchas cosas en común: un innegable talento musical y artístico y un temperamento cargado de tics y conductas de lo más extrañas para el común de los mortales. Las presentaciones les resultan a Amadeo y Teresa aburridas y tan tediosas que ambos no dudan en repetir cada palabra hipócrita, cada frase de estudiada cortesía, cada ampuloso gesto de conveniencia. La servidumbre arremolinada en torno a los padres de las criaturas no pueden contener la risa. El Sr. Anglesey se enoja y Leopold se excusa como queriendo cargar sobre sus ya de por sí fatigados hombros el peso de un recibimiento tan poco delicado y ajustado a las más elementales normas de cortesía de la aristocracia europea: - Ya le advertí, mi queridísimo Anglesey, que tal vez no fuese una buena idea que su adorable hija y mi hijo, siempre instigador de las más extravagantes improvisaciones, se conocieran. - No tema, mi buen amigo Leopold, estoy convencido de que algo grandioso ha de procurar tan inusitado encuentro. Si unimos el talento de su hijo al de mi hija, tal vez la Música alcance cotas de genialidad nunca logradas hasta el presente. - Dios nos asista y ampare. No sé Usted, mi bienaventurado anfitrión, pero yo hay veces que quisiera dimitir de padre. - Yo también. De hecho lo intenté una vez marchándome de esta casa con todo mi equipaje a París durante tres meses, pero aquello se me antojo una deserción absurda e insoportable. No podía soportar la ausencia de mi querida esposa y sentía la presencia de mi hija Teresa hasta en sueños. Algo muy difícil de explicar. Cuando regresé les pedí a las dos que perdonasen mi cobardía y les prometí que nunca más me separaría de ellas. Teresa me colmó de besos y abrazos durante semanas. Creo que su hijo y mi hija están tocados por lo divino. Demos gracias a Dios. - Amén. Así sea.


2 comentarios:

NoSurrender dijo...

Ah, Wolfgang Amadeus es lo mejor para una mañana de invierno. Voy a tener que ponerlo ahora :)

Besos!

Gemmayla pide clemencia al Efecto Mozart dijo...

Ahora en otoño y en todas las estaciones, ahora y siempre, querido NoS. !!!!

El efecto Mozart es algo cuyos alcances se me escapan, pero a mi Mozart me ayudó a aprobrar con bien mis oposiciones, mis estudios universitarios y hasta un concurso cultural televisivco en el que participé de Constantino Romero !!!!

Estudiar con la música de Mozart o preparar cualquier proyecto artístico o de cualquier índole encuntra su merecida recompensa, salvo en este relato que no soy capaz de culminar, Mozart me ampare y me pille confesada !!!

Beso y abrazo entrañable !!!