4 de diciembre de 2011

"Esta pobre vieja y la mar"

Me hice a la mar con mi pequeña barca para intentar pescar el pez de mi destino. Pasé momentos de tremenda y terrorífica angustia, de hambre, de sed, de soledad insoportable...Pesqué finalmente tras una larga, ardua y paciente espera, un enorme pez. Ni siquiera reparé de qué especie se trataba, si aquello era o no un atentado ecológico brutal, ya que yo sólo quería pescar el pez de mi destino, mi destino inevitable, irremediable, fatal...Orgullosa, con mi botín, mi presa, remaba para regresar a la orilla, pensando, cantando e imaginando con qué orgullo me recibirían con los brazos abiertos, en especial, los que nunca creyeron en mi, en mis dotes piscícolas, en mi torpe sedal, mi humilde anzuelo, pero mientras esto cavilaba, acudieron tiburones para devorar mi captura a dentelladas y ya de paso aniquilarme a mí. No conseguí salvar el pescado de mi inútil destino, reducido a esqueleto de espinas, pero mi pobre vida la salvé y después de fatigosa huída conseguí llevar mi barca a la orilla, donde me esperaban amigos y enemigos, acongojados unos, ansiosos, expectantes los demás. Nunca pensé que mi miserable vida interesase tanto a nadie y no acepté albricias de unos ni hipocresías de otros. Fui bastante huraña y mentecata y no por orgullo o descortesía sino vencida, exhausta, casi aniquilada por el cansancio y la resignada desesperación. Mi trofeo, el pez de mi destino, un relicario de espinas que unos y otros admiraron asombrados. Pronto se olvidaron de mí, algo que bien poco me importó, porque una vez en mi humilde cabaña desvencijada, umbría, medio destartalada, entendí, sentada ante el mar en el cobertizo que el destino no hay que ir a pescarlo nunca. El destino es el que siempre viene a pescarte a ti, viene entero, sin daño, lesión o quebranto, viene como un pez libre y sin tiburones a la vista, viene y tú sólo debes abrir la puerta de tu cabaña y darle calurosa bienvenida y estar preparado para recibirlo.

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