La tejedora de sueños...Dep, Colin Vearncombe, Black...

La tejedora de sueños no dormía ni de noche ni de día, esperando a Godot ante su telar. Tejía el sudario del anciano Laertes y prometía a sus pretendientes dar un SI categórico, rotundo al concluir su labor. Eran doce los bellos y aguerridos hombres que pretendían su amor. De joven ella había amado fervientemente a su joven esposo Ulises, pero ahora, después de más de veinte años de aguardar su improbable regreso, ni siquiera recordaba el semblante de su sonrisa, su fortaleza hercúlea, su arrogancia aventurera. Verdaderamente esperaba a Godot y no a un tal Ulises. A Godot le esperamos todos. Pensamos que tal vez pueda ser un redentor divino o una pareja adecuada y conveniente, o tal vez un golpe de fortuna. Pero Godot nunca vendrá y Penélope lo sabía. Es por ello que de todos sus pretendientes, dejó que su corazón y su pensamiento se enamorase del más bueno de ellos: Nadie. Nadie era hermoso, alto y de delicadas maneras y modales. Ella nada decía. Guardaba en el cofre de su ser, muy adentro este callado amor como un anhelo palpitante, como una joya preciosa escondida en el rincón más oculto de palacio. Nadie también la amaba, con un fervor y amor tan genuinos que ningún otro pretendiente podría nunca aventajarle. Pero un mal día arribaron a palacio dos mendigos que dijeron ser extranjeros pidiendo cobijo y un mendrugo de pan: uno era Ulises bajo aquel disfraz y el otro era Godot, pero ni Penélope ni Telémaco ni los pretendientes y esclavas lo reconocieron. Sucedió entonces que Godot atravesó con su espada a Nadie, porque deploraba sus maneras tan finas y delicadas. Penélope enloqueció al contemplar su cuerpo agonizante susurrando un "te amo" inaudible que se apagaba entre sus amoratados labios. La reina suplicó a Godot que también atravesase su espada en su cuerpo para poner fin a su vida y partir con el espíritu de su amado, pero Godot mató a Ulises y a los restantes once pretendientes y luego se arrojó desde la torre del palacio a un patio cerrado, sucio y polvoriento. No le quedó más remedio a Penélope que cambiar y romper con el curso de su destino. Se ha sabido, nos ha llegado el eco que todo lo sabe y que todo lo cuenta que Penélope ha convertido su palacio en un taller de alta costura y confecciona vestidos de novia para las jóvenes que no esperan ni a Ulises ni a Godot, para las jóvenes que tampoco esperan pretendientes, para las jóvenes valientes y decididas que deciden casarse con su propio destino.

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