5 de julio de 2007

"Infancia sabatina. Infancia dominical"

Lo que más recuerdo de mi infancia es el sabor de las patatas fritas recién compradas en la churrería y el olor del gel Moussel de Legrain París.

Las patatas fritas asociadas a los domingos por la mañana, cuando después de entrar y salir de misa de la mano de mi padre como a quien le sigue un rayo para partirle en dos y dejarlo ahí más seco que muerto - él le contaba a mi madre la trola de que habíamos estado en misa de doce, pero en realidad sólo entrábamos para santiguarnos con agua bendita y hacer una genuflexión más rápida que la de los sacristanes y monaguillos recolectando donativos y limosnas. Salíamos por la puerta de entrada y entrábamos por la de salida, porque así mi padre trasmitía a la Iglesia y "al copón bendito" que "él no pasaba por el aro como los demás". Digamos que contentaba a mi madre y me enseñaba a mi que las cosas santas hay que recorrerlas tán rápido que no te de tiempo ni de decir "Amén", como si se espantase a Dios y al Diablo a un tiempo y uno no comulgase con ninguno de los dos. - cuando después de entrar y salir raudo de la iglesia de Santa María, decía, nos dirigíamos al quiosco de prensa para comprar La Vanguardia y luego a la churrería de "Cal Perico" que te las servía en aquellas bolsitas de papel de colores. Y a mi me gustaba que me tocase la bolsita o "paperina" amarilla que hacía juego con el color de las patatas fritas y yo siempre, ya desde niña, he tenido una manía obsesiva con eso de combinar colores. Pensaba también que el color amarillo de la bolsa de papel le trasmitía a las patatas fritas un sabor exquisito que no tenían cuando el color era otro.

El gel de Moussel lo asociaba a los sábados por la mañana, cuando mi madre llenaba un barreño enorme de plástico, que los restantes días de la semana servía para guardar la ropa sucia, pero los sábados cumplía la función de bañera o pila, donde nos sumergíamos mis hermanos y yo,y era cosa increíble de ver que allí cupiésemos tantos en tan ínfimo espacio con tan poco gel y tan poca agua y tanto bullicio y niño desaforado. Más de una patada, contusión o cardenal sacábamos de aquella experiencia higiénica sabatina que nos duraban días y semanas y hasta meses. ¡Cómo fascinante resultaba comprobar que un sábado diese tanto de sí y fuese mi madre capaz de hacer tantas cosas a un tiempo, mientras mi padre hacía el menor esfuerzo posible, como si un cansancio milenario le asaltase de pronto y le sumiese en un letargo, un sopor, una modorra sabatinos que concluía justo a las siete de la mañana del día siguiente, el domingo! Y amanecía mi padre con una energía renovada y nueva, con unas ganas locas de hacer muchas cosas. Pensaba yo de chiquitina que el sábado era el día de las madres y el domingo de los padres. El resto de la semana era para los niños. Eso pensaba yo. Porque el resto de la semana, salvo en las horas de clase gozábamos de una libertad casi impúdica a los ojos de otras familias más desahogadas y ordenadas en los hábitos y costumbres. Pero es que mi padre y mi madre trabajaban de sol a sol en la fábrica y nosotros nos cuidábamos solos. Es más, yo la mayor, cuidaba de los chicos, pero éstos me desobedecían como era de rigor y no me hacían puñetero caso.

Mi infancia sabe a patatas fritas riquísimas y despide la cautivadora fragancia de un gel de París, pero lo mejor de todo es que ahora casi la puedo ver, oir y tocar y mis cinco sentidos se despiertan como nunca porque estamos hablando de algo muy serio, de una etapa crucial en la vida de cada quien. Ya lo dijo alguien "En la infancia vivimos. El resto de la vida, sobrevivimos"

3 comentarios:

. dijo...

Querida amiga Gemmayla, me han emocionado esos recuerdos tan bonitos de la infancia. Seguimos siendo niños por dentro, y tú además eres encantadora por fuera y una alegría para los que te rodeamos. Besos, me encanta leerte.

Además, en este blog verde tus escritos cobran otra dimensión. Es como si la bolsa diera sabor a las patatas fritas, pero los veo más frescos que nunca :)

Blanca_L

Gemmayla dijo...

Muchísimas gracias, Amiga Blanka-L por tomarte la molestia de comentar estas impresiones un tanto desmemoriadas de mi infancia.

Anónimo dijo...

De nuestros cinco sentidos, quizá el que más huella me ha dejado a mi es el del olfato. Yo recuerdo perfectamente el aroma de mi madre cuándo de niña me abrazába, ó el de su aroma mezclado con el del jabón que desprendía las sábanas de su cama. Recuerdos que revivo ahora con mis niños cuando me dicen que les gusta acurrucarse en mi cama porque huele a mí. La historia siempre se repite y son ésas pequeñas cosas intemporales que perduran para siempre en nuestra memoria, las que nos emocionan al recordarlas.

Que bonitos tus recuerdos de infancia y que forma tan preciosa de transmitirlos, Gemmayla. Me han encantado, parece que fuiste realmente afortunada.

Aprovecho para felicitarte las Navidades, que espero disfrutes en compañía de tus seres queridos.

¡¡FELIZ NAVIDAD!!

Un sincero y fuerte abrazo, cielo!!

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