10 de julio de 2007

"La leyenda negra de Beodo Descerrajador"

Soy más una leyenda que un ídolo, en el sentido de que todo el mundo habla de mí, pero no precisamente siempre bien. De hecho corren rumores sobre mí, seguramente infundados, que han convertido mi reputación en una verdadera leyenda negra.
Todo comenzó una noche de verano de los años noventa. Para las fechas soy un desastre. No recuerdo el año exacto ni el día ni el mes. Sí sé que era verano. Hacía una noche de calor soporífera. Regresé a casa de madrugada en estado muy ebrio. Por aquel entonces compartía piso con un amigo que padecía fuertes depresiones, que andaba siempre padeciendo mal de amores, conflictos laborales y penurias económicas sin fin.
Quise abrir la puerta de casa y la llave se quedó atascada en la puerta. Llamé al timbre insistentemente y mi compañero de piso no me abría. Aporreé una y otra vez la puerta con los nudillos de mis manos. Di patadas y lo único que conseguí fue despertar a todo el vecindario. Algunos vecinos salieron al rellano de la escalera. Una vecina muy simpática y amable aseguró que mi amigo estaba en casa, que ella lo había visto regresar a casa solo y con muy mala cara. Esto disparó todas mis alarmas internas y tras unos momentos de indecisión las externas también. Corrí a la calle y me dirigí a las dependencias de policía de mi barrio. Allí expliqué a un agente que sospechaba que mi amigo y compañero de piso había cometido alguna locura. El tipo mostró al principio cierto recelo, pero luego me dijo que no me preocupase y que me fuese a la puerta de mi casa para aguardar la llegada de un patrulla que me iba a enviar. La pareja de agentes que se presentaron mostraron de entrada cierta desconfianza hacia mí. Supongo que por mi aspecto de vampiro etílico y mi aliento fétido – mi madre siempre me decía que un aliento hediondo es la peor carta de presentación -. No obstante, tras esas dudas y reparos iniciales, los agentes solicitaron de su base que se destinase una dotación de bomberos para forzar la puerta. Los bomberos se presentaron con unas sirenas, unos pitos y unas luces rotativas del todo excesivas y fuera de lugar, ya que por la calle no transitaba un alma. Consiguieron que todo el vecindario en pleno se asomase a los balcones y ventanas. Creo que ese era su propósito principal, el de conseguir espectadores para aquella lamentable escena. Casi deseé que mi amigo hubiese cometido alguna chaladura. ¡Qué sé yo, cortarse un poco las venas –un poco sólo, ¡eh!-tomarse un cuarto de frasco de barbitúricos –un cuarto sólo, ¡eh!-, abrir a medias la llave del gas – a medias he dicho, ¡eh!..! Los bomberos intentaron trepar al cuarto piso con la escala, pero por metro y medio no lo lograron. Tras una larga divagación de minutos que a mi se me antojó eterna, tras mil y una dudas y reparos, el oficial autorizó que un cerrajero-bombero descerrajase la puerta. Yo me quise morir de veras. Mi amigo dormía plácidamente en su cama. ¡Todo el vecindario despierto y él dormido como un infame lirón! Los agentes de policía y bomberos me consolaron dándome palmaditas en la espalda”¡No te preocupes, chaval, es mejor que tu amigo esté bien! Este es nuestro trabajo. No pasa nada.”

Si todo hubiese quedado ahí, no habría pasado nada. Pero tengo la maldita desgracia de compartir siempre piso con amigos que arrastran problemas psicológicos graves.¡ Tengo la maldita suerte de verme obligado a seguir compartiendo piso a mis cuarenta y pico tacos! Tengo la maldita suerte de seguir enjugando mis lágrimas y mis sudores perros agarrándome melopeas de campeonato todos los fines de semana. Me avergüenza reconocer que han sido demasiadas las veces que he alarmado inútilmente a policías y bomberos. Demasiadas las ocasiones en que han descerrajado mi puerta por mis temores a que algún compañero de piso haya cometido alguna extravagancia sin sentido. Me apodan con razón “El Beodo Descerrajador”. Ya me he me mudado de casa y de ciudad una veintena de veces, pero esta leyenda negra me sigue como el reguero de sangre que brota de una herida abierta y uno corre y corre creyendo que así se curará y se cerrará.

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