15 de marzo de 2011

El oleaje rojo de la Media Luna

Mi madre, esta mañana, cuando se han marchado mi padre y mis hermanos, se ha quitado por primera vez en su vida el Hiyab. Sorprendida y en cierto modo, impactada, le he preguntado por qué hacía eso:



- Demasiado tarde - me ha contestado en tono resuelto y como decidida a seguir dando pasos hacia adelante en no sé qué sentido ni en qué dirección.



- ¡Demasiado tarde! ¿Para qué? ¿Por qué?...no entiendo, madre. Es la primera vez que contemplo tu rostro. Es como verme a mi misma dentro de unos años. Somos realmente parecidas. No sé, creo, creo...creo que debieras haberme avisado antes de hacerlo.



- ¿Avisarte? Estas cosas nadie las avisa. Generación tras generación se hace así. Mi abuela, mi madre, mis tías...todas lo hicieron así y tú eres la única que pides explicaciones. Ains, estos tiempos cambian, cambian, hija mía y yo si que no estoy preparada para estos cambios, para estas preguntas que me haces tan fuera de lugar.



- Pertenezco, madre, a la Generación Inquisitiva. Insisto, madre, por qué quitarse a estas alturas de la vida el Hiyad, tu santuario protector. ¿Por qué? ahora viviré con el temor de que te pase algo dentro o fuera de casa. ¡Ay, madre, no quiero que te pase nada!



- Hija querida, mi niña - mi madre se acerca, me abraza y me acuna como lo hacía cuando era niña. En cierto modo me parece una escena patética. Me siento ridícula. - Como te decía es demasiado tarde para mi...demasiado tarde para que me pasen cosas buenas o malas dentro o fuera de casa.



- Eso no lo sabes, madre. Esos malditos hombres están casi todos locos. Sin ir más lejos, ayer, en la Universidad se me acercó un alumno que no conozco de nada, que nunca lo había visto antes y me pellizcó un pezón y todo porque tuve que rascarme la cabeza y separar un poco el velo de mi frente. Esas cosas pasan, madre...



- Esas cosas pasan a las mujeres jóvenes y bellísimas como tú, pero si ya hace años que soy invisible para tu padre, para tus hermanos, para todos los hombres que pululan la calle, ahora sin el Hiyab seré más invisible todavía.



- Madre, tú sigues siendo una mujer bellísima. si quiere te traigo un espejo para que te puedas contemplar. Debes seguir ocultándote, escondiéndote de tantos peligros como nos acechan...



- No, hijita, no. Te aseguro que soy invisible. Y desde hace tres meses Alá ha escuchado mis plegarias: aquello que a ti te regaló hace unos meses a mi en justicia y por equidad divina, me lo ha arrebatado. ¡Alabado sea Alá!



- ¿Un regalo de Alá de hace unos meses?...¿Te refieres a ...?



- Calla, hija, no peques, no seas una mujer impura. De estas cosas jamás se ha hablado entre las mujeres de nuestra familia.



- Madre, pues ya es hora de que hablemos de ello. Se llama...



- ¡ Calla, calla! No me hagas sufrir de esta manera, hija mía, luz de mi vida.



- Bien, callaré, pero tiene un nombre y las cosas han sido creadas para nombrarlas.



- A partir de este momento bajaré mi mirada. Mírame a los ojos y prométeme que nunca más me harás este tipo de preguntas que nunca se han hecho entre las mujeres siempre castas de nuestra gente, de nuestra familia.



- Te lo prometo, madre. Pero dejáme sólo decir que la Luna me regala olas de Mar Rojo que a ti te quita para nuestra Felicidad, la tuya y la mía, madre. Te ruego que no pierdas tu alegría para conmigo, para con nuestras mujeres.



. Te lo prometo, hija. Pásame el "jumur" que voy a salir a visitar a mis hermanas.



- El "jumur", el "Hiyab"...cuanto monserga. Un día de estos voy a salir a la calle desnuda.



- Hija mía, tú quieres matarme de un disgusto.



- Madre, tienes una caballera tan maravillosa, ¿por qué no la luces suelta?



- Hija, ¡basta!

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