4 de julio de 2007

"El sueldo de Sandra Merced"

Sandra Merced ha cobrado la nómina esta mañana de fin de mes de un noviembre adusto como un paisaje cansado . Un estipendio compuesto de retales y migajas - doscientos euros por aqui, por atender a un anciano en Chamberí, trescientos euros por allá, por limpiar cuatro casas de una misma finca en el barrio de Salamanca, ciento cincuenta euros acullá por hacer suplencias en el turno de noche de una gasolinera de la A-2. Seiscientos cincuenta euros como seiscientos soles de las antiguas monedas de su país. Sandra Merced es peruana, inca del Cusco como Túpac Amaru I. Todos aqui, en la madre patria, la toman por ecuatoriana. Antes se ofendía. Ahora le es indiferente. "En este país no distinguen entre Simón Bólivar y Antonio José de Sucre" Sandra Merced es licenciada en Historia en su país y aqui no le convalidan el título, pero lo mismo da, a nadie parece importarle eso.
Su hermano Mario viene esta noche a recoger el sobre con los trescientos euros que aparta todos los meses para mandar un giro a su país. Con esos trescientos, su abuela, sus hermanos y su madre viven bastante mejor allá que antes, cuando su hermano y ella no habían emigrado. Con los restantes, ella y Mario malviven aqui compartiendo techo con una jauría de malhechores colombianos y magrebíes. En cuanto le sea posible buscará mejores compañías con las que convivir las escasas horas que le quedan de asueto.
Sandra Merced aguarda la llegada de Mario asomada al balcón de la terraza. Una terraza repleta de cachivaches que se almacenan ahí por si algún día tuvieran alguna utilidad. Cosa tan improbable como imaginar que a Sandra Merced le pueda marchar bien la vida un día de éstos, inopinado, fortuito, un día cualquiera cargado de buena estrella. Mario ha llegado ya. Silba a su hermana que esparce un aire distraído por la atmósfera, como de hadas. Sandra lanza el sobre que contiene los trescientos euros cansinos a la calle para que las manos extendidas del joven lo coja como todos los treinta de cada fin de mes. Pero el sobre contiene trescientos euros cansinos, hastiados, indolentes que no admiten trayectorias certeras ni líneas de meta precisas. El sobre, los trescientos euros como soles peruanos han querido dejarse caer en la jardinera del balcón del piso de abajo, ese piso deshabitado, de dueño ignorado y paradero desconocido. Sandra Merced y Mario, desolados, no saben qué hacer, cómo proceder. Se turnan por la noche para velar el sobre, pero a eso de las cinco de la mañana a Mario le vence el sueño y se queda dormido con la cabeza reclinada sobre su pecho, sentado en una silla de formica desvencijada, que trajo de la cocina pero que se quedará ahí engrosando la cacharrería. Se ha quedado dormido con una lata de Coca-Cola en la mano, que también se quedará ahí por tiempo indefinido engordando el desorden de la terraza.
A eso de las cinco de la madrugada Mario no ha podido ver al pajarraco ése, paloma o buitre urbanos, que se ha llevado en su pico rapaz el sobre que contenía los trescientos euros cansinos, hastiados, flojos pero cargados de solera como soles peruanos.

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