En el caserón situado en el corazón del bosque de Buçaco, el ulular del buho, apodado Bubo Bobo por los niños, rubricaba la hora precisa en que los peques debían irse a la cama. En especial, en época de cortejo, cuando Bubo Bobo cavaba un pequeño hoyo en la tierra húmeda y gemía úú-oo esperando el regreso de su amada la Buba Boba; los niños sabían que era la hora de apagar las luces y cesar las risas, chanzas y juegos en la buhardilla de la masía. El flamante gallo de la finca, apodado Galo Gago por la chiquillada, despertaba cada amanecer al padre de familia. También a la madre y a los abuelos. "Kikirikiiiiiii, KiKIRIkiiiiii" Cantaba con aquella nota disonante involuntaria, que en cualquier escolanía sería tildada de nota falsa y chillona, merecedora de expulsión por desafinada y chirriante. Un buen día o malo - según el prisma con el que se quiera mirar - un ogro llamado Cambio Climático arribó a los bosques pisando sin piedad con su bota derecha Calentamiento Global y su o...
LA SAGA DE ALGUNAS LEYENDAS URBANAS